Un adverbio se le ocurre a cualquiera / Juan José Millás.
Hemingway cobraba los artículos por palabras. A tanto el término, lo mismo daba que fueran adjetivos que sustantivos, preposiciones que adverbios, conjunciones que artículos. No recuerdo de dónde saqué esa in-formación, hace mil años (cuando ni siquiera sabía quién era Hemingway), pero me impresionó vivamente. En mi barrio había una tienda de ultramarinos, una mercería, una droguería, una panadería, una lechería… Pero no había ninguna tienda de palabras. ¿Por qué, tratándose de un negocio tan lucrativo, como demos-traba el tal Hemingway? Para vender leche o pan, pensaba yo, era preciso depender de otros proveedores a los que lógicamente había que pagar, mientras que las palabras estaban al alcance de todos, en la calle o en el diccionario. Imaginé entonces que ponía una tienda de palabras a la que la gente del barrio se acercaba después de com-prar el pan. Sólo que yo las vendía a precios diferentes. Las más caras eran los sustantivos, porque sustanti-vo, suponía yo, venía de sust