¡FUN! ¡FUN! ¡FUN!...
Veinticuatro de diciembre, ¡FUN! ¡FUN! ¡FUN!... Sé que la canción no es así, pero las Navidades empiezan ahí. El día de Noche Buena no comienza por la noche, sino a las cuatro de la tarde con mi madre con el delantal puesto y de peluquería, haciendo la cena, por lo que ese día nos conformamos con comer una pizza del Carrefour, porque no nos deja ni merendar. Este año nos ha tocado hacerlo en nuestra casa, porque somos los que más sillas tenemos. A las siete de la tarde comienzan a venir los familiares. Mis tíos traen a mi abuelo en zapatillas, -que ya ni le calzan en los días especiales-, esas zapatillas que solo las pueden calzar los que son del Inserso, y por último llega mi tío con una piña, que, claro, somos veinte y mi hermano mayor le dijo que a dónde va el espabilado, que cómo no la sorteáramos, nada. Lo peor de esta Noche Buena es que me ha tocado el taburete y la pata de la mesa; además, desde mi posición poco estratégica, no llegaba ni a los langostinos ni al