Comentario de texto de un fragmento del capítulo XXIX de La Regenta / Leopoldo Alas, Clarín
El Magistral estaba pensando que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan desgraciado, tan miserable, que él era en el mundo lo único digno de lástima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clérigo con el eunuco se le fue metiendo también por el cerebro con la humedad del cristal helado. « Sí, él era como un eunuco1 enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de puro ridícula... Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante los hombres, ante ellos dos, ante él sobre todo, ante su amor, ante su voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa... le había engañado, le había deshonrado, como otra mujer cualquiera; y él, que tenía sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a cachos, a polvo, a viento; él, atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como una cabra, como un rocín libre en los prados, él, misérrimo cura, ludibrio2 de hombre disfrazado de anafrodita3, él tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupía en la cara porque él tenía las manos atadas... ¿Quién le tenía sujeto? El mundo entero... Veinte siglos de religión, millones de espíritus ciegos, perezosos, que no veían el absurdo porque no les dolía a ellos, que llamaban grandeza, abnegación, virtud a lo que era suplicio injusto, bárbaro, necio, y sobre todo cruel... cruel... Cientos de papas, docenas de concilios, miles de pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes... Ana, que le había consagrado el alma, una fidelidad de un amor sobrehumano, le engañaba como a un marido idiota, carnal y grosero... ¡Le dejaba para entregarse a un miserable lechuguino, a un fatuo4, a un elegante de similor5, a un hombre de yeso... a una estatua hueca...! Y ni siquiera lástima le podía tener el mundo, ni su madre que creía adorarle, podía darle consuelo, el consuelo de sus brazos y sus lágrimas... Si él se estuviera muriendo, su madre estaría a sus pies mesándose el cabello, llorando desesperada; y para aquello, que era mucho peor que morirse, mucho peor que condenarse... su madre no tenía llanto, abrazos, desesperación, ni miradas siquiera... El no podía hablar, ella no podía adivinar, no debía... No había más que un deber supremo, el disimulo; silencio... ¡ni una queja, ni un movimiento! Quería correr, buscar a los traidores, matarlos... ¿sí?, pues silencio... ni una mano había que mover, ni un pie fuera de casa... Dentro de un rato sí, ¡a coro, a coro! ¡Tal vez a decir misa... a recibir a Dios! » El Provisor sintió una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; sí, el diablo se le había reído en las entrañas... ¡y aquella risa profunda, que tenía raíces en el vientre, en el pecho, le sofocaba... y le asfixiaba...!
FIGURA
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LÍNEA
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CITA
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COMENTARIO
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POLISÍNDETON
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20…
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millones
de piedras de catedrales y cruces y conventos...
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Se
trata de unas exageraciones relacionadas con la cultura eclesiástica que le
oprimen y le atan por no poderse defender como si fuera un hombre.
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ENUMERACIÓN
y PARALELISMOS
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5…
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Sí, él
era como un eunuco enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de
puro ridícula...
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Está
describiendo cómo es su condición con respecto al amor.
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3
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le
había hecho tan desgraciado, tan miserable
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6…
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Su
mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante
los hombres, ante ellos dos, ante él sobre todo, ante su amor, ante su
voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su
hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa... le había
engañado, le había deshonrado
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METÁFORA
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1 y 2
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…estaba
pensando que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que
le iba cercenando los sesos.
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Metáfora
impura pues aparece el término real.
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2…
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pensaba
además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan
desgraciado.
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El
término real es la obligación impuesta por su madre para ser cura.
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22
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…eran
sus grilletes...
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Término
real: las normas de la religión le impiden reaccionar y vengarse.
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ETOPEYA
Y COMPARACIÓN
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5
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Sí, él
era como un eunuco enamorado.
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Se
está describiendo así mismo, en concreto las obligaciones que su condición
sacerdotal le impone utilizando una comparación.
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INTERROGACIÓN
RETÓRICA
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15
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¿Quién
le tenía sujeto?
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Pregunta
que de la que parte el sacerdote para analizar su situación personal.
Obviamente no la fórmula para que sea respondida.
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