JORNADA CUARTA.
NOVELA QUINTA
Los hermanos de Isabetta matan a su amante, éste se le
aparece en sueños y le muestra dónde está enterrado, ella ocultamente le
desentierra la cabeza y la pone en un tiesto de albahaca y llorando sobre él
todos los días durante mucho tiempo, sus hermanos se lo quitan y ella se muere
de dolor poco después.
Terminada la historia de Elisa y alabada por el rey durante
un rato, a Filomena le fue ordenado que contase: la cual, llena de compasión
por el mísero Gerbino y su señora, luego de un piadoso suspiro, comenzó:
Mi historia, graciosas señoras, no será sobre gentes de tan
alta condición como fueron aquéllas sobre quienes Elisa ha hablado, pero acaso
no será menos digna de lástima; y a acordarme de ella me trae Mesina, ha poco
recordada, donde sucedió el caso.
Había, pues, en Mesina tres jóvenes hermanos y mercaderes,
y hombres, que habían quedado siendo bastante ricos después de la muerte de su
padre, que era de San Gimigniano, y tenían una hermana llamada Elisabetta,
joven muy hermosa y cortés, a quien, fuera cual fuese la razón, todavía no
habían casado. Y tenían además estos tres hermanos, en un almacén suyo, a un
mozo paisano llamado Lorenzo, que todos sus asuntos dirigía y hacía, el cual,
siendo asaz hermoso de persona y muy gallardo, habiéndolo muchas veces visto Isabetta,
sucedió que empezó a gustarle extraordinariamente, de lo que Lorenzo se percató
y una vez y otra, semejantemente, abandonando todos sus otros amoríos, comenzó
a poner en ella el ánimo; y de tal modo anduvo el asunto que, gustándose el uno
al otro igualmente, no pasó mucho tiempo sin que se atrevieran a hacer lo que
los dos más deseaban.
Y continuando en ello y pasando juntos muchos buenos ratos
y placenteros, no supieron obrar tan secretamente que una noche, yendo Isabetta
calladamente allí donde Lorenzo dormía, el mayor de los hermanos, sin
advertirlo ella, no lo advirtiese; el cual, porque era un prudente joven,
aunque muy doloroso le fue enterarse de aquello, movido por muy honesto
propósito, sin hacer un ruido ni decir cosa alguna, dándole vuelta a varios
pensamientos sobre aquel asunto, esperó a la mañana siguiente. Después, venido
el día, a sus hermanos contó lo que la pasada noche había visto entre Isabetta
y Lorenzo, y junto con ellos, después de largo consejo, deliberó para que sobre
su hermana no cayese ninguna infamia, pasar aquello en silencio y fingir no
haber visto ni sabido nada de ello hasta que llegara el momento en que, sin
daño ni deshonra suya, esta afrenta antes de que más adelante siguiera pudiesen
lavarse. Y quedando en tal disposición charlando y riendo con Lorenzo tal como
acostumbraban, sucedió que fingiendo irse fuera de la ciudad para solazarse
llevaron los tres consigo a Lorenzo; y llegados a un lugar muy solitario y
remoto, viéndose con ventaja, a Lorenzo, que de aquello nada se guardaba,
mataron y enterraron de manera que nadie pudiera percatarse; y vueltos a Mesina
corrieron la voz de que lo habían mandado a algún lugar, lo que fácilmente fue
creído porque muchas veces solían mandarlo de viaje. No volviendo Lorenzo, e
Isabetta muy frecuente y solícitamente preguntando por él a sus hermanos, como
a quien la larga tardanza pesaba, sucedió un día que preguntándole ella muy
insistentemente, uno de sus hermanos le dijo:
-¿Qué quiere decir esto? ¿Qué tienes que ver tú con Lorenzo
que me preguntas por él tanto? Si vuelves a preguntarnos te daremos la
contestación que mereces.
Por lo que la joven, doliente y triste, temerosa y no
sabiendo de qué, dejó de preguntarles, y muchas veces por la noche
lastímeramente lo llamaba y le pedía que viniese, y algunas veces con muchas
lágrimas de su larga ausencia se quejaba y sin consolarse estaba siempre esperándolo.
Sucedió una noche que, habiendo llorado mucho a Lorenzo que no volvía y
habiéndose al fin quedado dormida, Lorenzo se le apareció en sueños, pálido y
todo despeinado, y con las ropas desgarradas y podridas, y le pareció que le
dijo:
-Oh, Isabetta, no haces más que llamarme y de mi larga
tardanza te entristeces y con tus lágrimas duramente me acusas; y por ello,
sabe que no puedo volver ahí, porque el último día que me viste tus hermanos me
mataron.
Y describiéndole el lugar donde lo habían enterrado, le
dijo que no lo llamase más ni lo esperase. La joven, despertándose y dando fe a
la visión, amargamente lloró; después, levantándose por la mañana, no
atreviéndose a decir nada a sus hermanos, se propuso ir al lugar que le había
sido mostrado y ver si era verdad lo que en sueños se le había aparecido. Y
obteniendo licencia de sus hermanos para salir algún tiempo de la ciudad a
pasearse en compañía de una que otras veces con ellos había estado y todos sus
asuntos sabía, lo antes que pudo allá se fue, y apartando las hojas secas que
había en el suelo, donde la tierra le pareció menos dura allí cavó; y no había
cavado mucho cuando encontró el cuerpo de su mísero amante en nada estropeado
ni corrompido; por lo que claramente conoció que su visión había sido
verdadera. De lo que más que mujer alguna adolorida, conociendo que no era
aquél lugar de llantos, si hubiera podido todo el cuerpo se hubiese llevado
para darle sepultura más conveniente; pero viendo que no podía ser, con un
cuchillo lo mejor que pudo le separó la cabeza del tronco y, envolviéndola en
una toalla y arrojando la tierra sobre el resto del cuerpo, poniéndosela en el
regazo a la criada, sin ser vista por nadie, se fue de allí y se volvió a su
casa.
Allí, con esta cabeza en su alcoba encerrándose, sobre ella
lloró larga y amargamente hasta que la lavó con sus lágrimas, dándole mil besos
en todas partes. Luego cogió un tiesto grande y hermoso, de esos donde se
planta la mejorana o la albahaca, y la puso dentro envuelta en un hermoso paño,
y luego, poniendo encima la tierra, sobre ella plantó algunas matas de
hermosísima albahaca salernitana , y con ninguna otra agua sino con agua de rosas
o de azahares o con sus lágrimas la regaba; y había tomado la costumbre de
estar siempre cerca de este tiesto, y de cuidarlo con todo su afán, como que
tenía oculto a su Lorenzo, y luego de que lo había cuidado mucho, poniéndose
junto a él, empezaba a llorar, y mucho tiempo, hasta que toda la albahaca
humedecía, lloraba. La albahaca, tanto por la larga y continua solicitud como
por la riqueza de la tierra procedente de la cabeza corrompida que en ella
había, se puso hermosísima y muy olorosa.
Y continuando la joven siempre de esta manera, muchas veces
la vieron sus vecinos; los cuales, al maravillarse sus hermanos de su
estropeada hermosura y de que los ojos parecían salírsele de la cara, les
dijeron:
-Nos hemos apercibido de que todos los días actúa de tal
manera. Lo que, oyendo sus hermanos y advirtiéndolo ellos, habiéndola
reprendido alguna vez y no sirviendo de nada, ocultamente hicieron quitarle
aquel tiesto. Y no encontrándolo ella, con grandísima insistencia lo pidió
muchas veces, y no devolviéndoselo, no cesando en el llanto y las lágrimas,
enfermó y en su enfermedad no pedía otra cosa que el tiesto. Los jóvenes se
maravillaron mucho de esta petición y por ello quisieron ver lo que había
dentro; y vertida la tierra vieron el paño y en él la cabeza todavía no tan
consumida que en el cabello rizado no conocieran que era la de Lorenzo. Por lo
que se maravillaron mucho y temieron que aquello se supiera; y enterrándola sin
decir nada ocultamente salieron de Mesina y ordenando la manera de irse de allí
se fueron a Nápoles. No dejando de llorar la joven y siempre pidiendo su tiesto
llorando murió y así tuvo fin su desventurado amor; pero después de cierto
tiempo, siendo esto sabido por muchos hubo alguien que compuso aquella canción
que todavía se canta hoy y dice:
Quién sería el mal cristiano
que el albahaquero me robó, etc .
JORNADA QUINTA.
NOVELA CUARTA. Ricciardo Manardi es hallado por micer Lizio
de Valbona con su hija, con la cual se casa, y con su padre queda en paz.
Al callarse Elisa, las alabanzas que sus compañeras hacían
de su historia escuchando, ordenó la reina a Filostrato que él hablase; el
cual, riendo, comenzó:
He sido reprendido tantas veces por tantas de vosotras
porque os impuse un asunto de narraciones crueles y que movían al llanto, que
me parece (para restañar algo aquella pena) estar obligado a contar alguna cosa
con la cual algo os haga reír; y por ello, de un amor que no tuvo más pena que
algunos suspiros y un breve temor mezclado con vergüenza, y a buen fin llegado,
con una historieta muy breve entiendo hablaros.
No ha pasado, valerosas señoras, mucho tiempo desde que
hubo en la Romaña un caballero muy de bien y cortés que fue llamado micer Lizio
de Valbona , a quien por acaso, cerca de su vejez, le nació una hija de su mujer
llamada doña Giacomina; la cual, más que las demás de la comarca al crecer se
hizo hermosa y placentera; y porque era la única que les quedaba al padre y a
la madre sumamente por ellos era amada y tenida en estima y vigilada con
maravilloso cuidado, esperando concertarle un gran matrimonio. Ahora,
frecuentaba mucho la casa de micer Lizio y mucho se entretenía con él un joven
hermoso y lozano en su persona, que era de los Manardi de Brettinoro , llamado
Ricciardo, del cual no se guardaban micer Lizio y su mujer más que si hubiera
sido su hijo; el cual, una vez y otra habiendo visto a la joven hermosísima y
gallarda y de loables maneras y costumbres, y ya en edad de tomar marido, de
ella ardientemente se enamoró, y con gran cuidado tenía oculto su amor. De lo
cual, percibiéndose la joven, sin esquivar el golpe, semejantemente comenzó a
amarle a él, de lo que Ricciardo estuvo muy contento.
Y habiendo muchas veces sentido deseos de decirle algunas
palabras, y habiéndose callado por temor, sin embargo una vez, buscando ocasión
y valor, le dijo:
-Caterina, te ruego que no me hagas morir de amor.
La joven repuso de súbito:
-¡Quisiera Dios que me hicieses tú más morir a mí!
Esta respuesta mucho placer y valor dio a Ricciardo y le
dijo: -Por mí no quedará nada que te sea grato, pero a ti corresponde encontrar
el modo de salvar tu vida y la mía.
La joven entonces dijo:
-Ricciardo, ves lo vigilada que estoy, y por ello no puedo
ver cómo puedes venir conmigo; pero si puedes tú ver algo que pueda hacer sin
que me deshonre, dímelo, y yo lo haré. Ricciardo, habiendo pensado muchas
cosas, súbitamente dijo: -Dulce Caterina mía, no puedo ver ningún camino si no
es que pudieras dormir o venir arriba a la galería que está junto al jardín de
tu padre, donde, si supiese yo que estabas, por la noche sin falta me las
arreglaría para llegar, por muy alta que esté.
Y Caterina le respondió:
-Si te pide el corazón venir allí creo que bien podré hacer
de manera que allí duerma. Ricciardo dijo que sí, y dicho esto, una sola vez se
besaron a escondidas, y se separaron. Al día siguiente, estando ya cerca el
final de mayo, la joven comenzó delante de la madre a quejarse de que la noche
anterior, por el excesivo calor, no había podido dormir. Dijo la madre:
-Hija, pero ¿qué calor fue ése? No hizo calor ninguno.
Y Caterina le dijo:
-Madre mía, deberíais decir «a mi parecer» y tal vez
diríais bien; pero deberíais pensar en lo mucho más calurosas que son las
muchachas que las mujeres mayores. La señora dijo entonces:
-Hija, es verdad, pero yo no puedo hacer calor y frío a mi
gusto, como tú parece que querrías; el tiempo hay que sufrirlo como lo dan las
estaciones; tal vez esta noche hará más fresco y dormirás mejor. -Quiera Dios
-dijo Caterina-, pero no suele ser costumbre, yendo hacia el verano, que las
noches vayan refrescándose.
-Pues -dijo la señora-, ¿qué vamos a hacerle?
Repuso Caterina:
-Si a mi padre y a vos os placiera, yo mandaría hacer una
camita en la galería que está junto a su alcoba y sobre su jardín, y dormiría
allí oyendo cantar el ruiseñor; y teniendo un sitio más fresco, mucho mejor
estaría que en vuestra alcoba.
La madre entonces dijo:
-Hija, cálmate; se lo diré a tu padre, y si él lo quiere
así lo haremos. Las cuales cosas oyendo micer Lizio a su mujer, porque era
viejo y quizá por ello un tanto malhumorado, dijo: -¿Qué ruiseñor es ése con el
que quiere dormirse? También voy a hacerla dormir con el canto de las cigarras.
Lo que sabiendo Caterina, más por enfado que por calor, no
solamente la noche siguiente no durmió sino que no dejó dormir a su madre,
siempre quejándose del mucho calor, lo que habiendo visto la madre fue por la
mañana a micer Lizio y le dijo:
-Micer, vos no queréis mucho a esta joven; ¿qué os hace
durmiendo en esa galería? En toda la noche no ha cerrado el ojo por el calor; y
además, ¿os asombráis porque le guste el canto del ruiseñor siendo como es una
criatura? A los jóvenes les gustan las cosas semejantes a ellos. Micer Lizio,
al oír esto, dijo:
-Vaya, ¡que le hagan una cama como pueda caber allí y haz
que la rodeen con sarga, y que duerma allí y que oiga cantar el ruiseñor hasta
hartarse!
La joven, enterada de esto, prontamente hizo preparar allí
una cama; y debiendo dormir allí la noche siguiente, esperó hasta que vio a
Ricciardo y le hizo una señal convenida entre ellos, por la que entendió lo que
tenía que hacer.
Micer Lizio, sintiendo que la joven se había acostado,
cerrando una puerta que de su alcoba daba a la galería, del mismo modo se fue a
dormir. Ricciardo, cuando por todas partes sintió las cosas tranquilas, con la
ayuda de una escala subió al muro, y luego desde aquel muro, agarrándose a unos
saledizos de otro muro, con gran trabajo (y peligro si se hubiese caído), llegó
a la galería, donde calladamente con grandísimo gozo fue recibido por la joven;
y luego de muchos besos se acostaron juntos y durante toda la noche tomaron uno
del otro deleite y placer, haciendo muchas veces cantar al ruiseñor. Y siendo
las noches cortas y el placer grande, y ya cercano el día (lo que no pensaban),
caldeados tanto por el tiempo como por el jugueteo, sin tener nada encima se
quedaron dormidos, teniendo Caterina con el brazo derecho abrazado a Ricciardo
bajo el cuello y cogiéndole con la mano izquierda por esa cosa que vosotras
mucho os avergonzáis de nombrar cuando estáis entre hombres. Y durmiendo de tal
manera sin despertarse, llegó el día y se levantó micer Lizio; y acordándose de
que su hija dormía en la galería, abriendo la puerta silenciosamente, dijo:
-Voy a ver cómo el ruiseñor ha hecho dormir esta noche a
Caterina. Y saliendo afuera calladamente, levantó la sarga con que estaba
oculta la cama, y a Ricciardo y a ella se encontró desnudos y destapados que
dormían en la guisa arriba descrita; y habiendo bien conocido a Ricciardo, en
silencio se fue de allí y se fue a la alcoba de su mujer y la llamó diciendo:
-Anda, mujer, pronto, levántate y ven a ver que tu hija estaba tan deseosa del
ruiseñor que tanto lo ha acechado que lo ha cogido y lo tiene en la mano.
Dijo la señora:
-¿Cómo puede ser eso?
Dijo micer Lizio:
-Lo verás si vienes enseguida.
La señora, apresurándose a vestirse, en silencio siguió a
micer Lizio, y llegando los dos juntos a la cama y levantada la sarga
claramente pudo ver doña Giacomina cómo su hija había cogido y tenía el
ruiseñor que tanto deseaba oír cantar. Por lo que la señora sintiéndose
gravemente engañada por Ricciardo quiso dar gritos y decirle grandes injurias,
pero micer Francisco le dijo: -Mujer, guárdate, si estimas mi amor, de decir
palabra porque en verdad, ya que lo ha cogido, será suyo. Ricciardo es un joven
noble y rico; no puede darnos sino buen linaje; si quiere separarse de mí con
buenos modos tendrá que casarse primero con ella, así se encontrará con que ha
metido el ruiseñor en su jaula y no en la ajena.
Por lo que la señora, consolada, viendo que su marido no
estaba irritado por este asunto, y considerando que su hija había pasado una
buena noche y había descansado bien y había cogido el ruiseñor, se calló. Y
pocas palabras dijeron después de éstas, hasta que Ricciardo se despertó; y
viendo que era día claro se tuvo por muerto, y llamó a Caterina diciendo:
-¡Ay de mí, alma mía! ¿Qué haremos que ha venido el día y
me ha cogido aquí? A cuyas palabras micer Lizio, llegando de dentro y
levantando la sarga contestó: -Haremos lo que podamos.
Cuando Ricciardo lo vio, le pareció que le arrancaban el
corazón del pecho; e incorporándose en la cama dijo:
-Señor mío, os pido merced por Dios, sé que como hombre
desleal y malvado he merecido la muerte, y por ello haced de mí lo que os
plazca, pero os ruego, si puede ser, que tengáis piedad de mi vida y no me
matéis.
Micer Lizio le dijo:
-Ricciardo, esto no lo ha merecido el amor que te tenía y
la confianza que ponía en ti; pero puesto que es así, y que a tan gran falta te
ha llevado la juventud, para salvarte de la muerte y a mí de la deshonra, antes
de moverte toma a Caterina por tu legítima esposa, para que, así como esta
noche ha sido tuya, lo sea mientras viva; y de esta guisa puedes mi perdón y su
salvación lograr, y si no quieres hacer eso encomienda a Dios tu alma.
Mientras estas palabras se decían, Caterina soltó el
ruiseñor y, despertándose, comenzó a llorar amargamente y a rogar a su padre
que perdonase a Ricciardo; y por otra parte rogaba a Ricciardo que hiciese lo
que micer Lizio quería, para que con tranquilidad y mucho tiempo pudiesen pasar
juntos tales noches. Pero no hubo necesidad de muchos ruegos porque, por una
parte, la vergüenza de la falta cometida y el deseo de enmendarla y, por otra,
el miedo a morir y el deseo de salvarse, y además de esto el ardiente amor y el
apetito de poseer la cosa amada, de buena gana y sin tardanza le hicieron decir
que estaba dispuesto a hacer lo que le placía a micer Lizio; por lo que
pidiendo micer Lizio a la señora Giacomina uno de sus anillos, allí, sin
moverse, en su presencia, Ricciardo tomó por mujer a Caterina. La cual cosa
hecha, micer Lizio y su mujer, yéndose, dijeron: -Descansad ahora, que tal vez
lo necesitáis más que levantaros. Y habiendo partido ellos, los jóvenes se
abrazaron el uno al otro, y no habiendo andado más que seis millas por la noche
anduvieron otras dos antes de levantarse, y terminaron su primera jornada.
Levantándose luego, y teniendo ya Ricciardo una ordenada conversación con micer
Lizio, pocos días después, como convenía, en presencia de sus amigos y de los
parientes, de nuevo desposó a la joven y con gran fiesta se la llevó a su casa
y celebró honradas y hermosas bodas, y luego con él largamente en paz y
tranquilidad, muchas veces y cuanto quiso dio caza a los ruiseñores de día y de
noche.
JORNADA SÉPTIMA
NOVELA SEGUNDA
Peronella mete a su amante en una tinaja al volver su
marido a casa; la cual habiéndola vendido el marido, ella le dice que la ha
vendido ella a uno que está dentro mirando a ver si le parece bien entera; el
cual, saliendo fuera, hace que el marido la raspe y luego se la lleve a su
casa.
Con grandísima risa fue la historia de Emilia escuchada y
la oración como buena y santa elogiada por todos, siendo llegado el fin de la
cual mandó el rey a Filostrato que siguiera, el cual comenzó: Carísimas señoras
mías, son tantas las burlas que los hombres os hacen y especialmente los
maridos, que cuando alguna vez sucede que alguna al marido se la haga, no
debíais vosotras solamente estar contentas de que ello hubiera ocurrido, o de
enteraros de ello o de oírlo decir a alguien, sino que deberíais vosotras
mismas irla contando por todas partes, para que los hombres conozcan que si
ellos saben, las mujeres por su parte, saben también; lo que no puede sino
seros útil porque cuando alguien sabe que otro sabe, no se pone a querer
engañarlo demasiado fácilmente. ¿Quién duda, pues, que lo que hoy vamos a decir
en torno a esta materia, siendo conocido por los hombres, no sería grandísima
ocasión de que se refrenasen en burlaros, conociendo que vosotras, si queréis,
sabríais burlarlos a ellos? Es, pues, mi intención contaros lo que una
jovencita, aunque de baja condición fuese, casi en un momento, para salvarse
hizo a su marido.
No hace casi nada de tiempo que un pobre hombre, en
Nápoles, tomó por mujer a una hermosa y atrayente jovencita llamada Peronella;
y él con su oficio, que era de albañil, y ella hilando, ganando muy
escasamente, su vida gobernaban como mejor podían. Sucedió que un joven
galanteador, viendo un día a esta Peronella y gustándole mucho, se enamoró de
ella, y tanto de una manera y de otra la solicitó que llegó a intimar con ella.
Y para estar juntos tomaron el acuerdo de que, como su marido se levantaba
temprano todas las mañanas para ir a trabajar o a buscar trabajo, que el joven
estuviera en un lugar de donde lo viese salir; y siendo el barrio donde estaba,
que Avorio se llama, muy solitario, que, salido él, éste a la casa entrase; y
así lo hicieron muchas veces. Pero entre las demás sucedió una mañana que,
habiendo el buen hombre salido, y Giannello Scrignario , que así se llamaba el
joven, entrado en su casa y estando con Peronella, luego de algún rato (cuando
en todo el día no solía volver) a casa se volvió, y encontrando la puerta
cerrada por dentro, llamó y después de llamar comenzó a decirse: -Oh, Dios, alabado
seas siempre, que, aunque me hayas hecho pobre, al menos me has consolado con
una buena y honesta joven por mujer. Ve cómo enseguida cerró la puerta por
dentro cuando yo me fui para que nadie pudiese entrar aquí que la molestase.
Peronella, oyendo al marido, que conoció en la manera de
llamar, dijo: -¡Ay! Giannelo mío, muerta soy, que aquí está mi marido que Dios
confunda, que ha vuelto, y no sé qué quiere decir esto, que nunca ha vuelto a
esta hora; tal vez te vio cuando entraste. Pero por amor de Dios, sea como sea,
métete en esa tinaja que ves ahí y yo iré a abrirle, y veamos qué quiere decir
este volver esta mañana tan pronto a casa.
Giannello prestamente entró en la tinaja, y Peronella,
yendo a la puerta, le abrió al marido y con mal gesto le dijo:
-¿Pues qué novedad es ésta que tan pronto vuelvas a casa
esta mañana? A lo que me parece, hoy no quieres dar golpe, que te veo volver
con las herramientas en la mano; y si eso haces, ¿de qué viviremos? ¿De dónde
sacaremos pan? ¿Crees que voy a sufrir que me empeñes el zagalejo y las demás
ropas mías, que no hago día y noche más que hilar, tanto que tengo la carne
desprendida de las uñas, para poder por lo menos tener aceite con que encender
nuestro candil? Marido, no hay vecina aquí que no se maraville y que no se
burle de mí con tantos trabajos y cuáles que soporto; y tú te me vuelves a casa
con las manos colgando cuando deberías estar en tu trabajo.
Y dicho esto, comenzó a sollozar y a decir de nuevo:
-¡Ay! ¡Triste de mí, desgraciada de mí! ¡En qué mala hora
nací! En qué mal punto vine aquí , que habría podido tener un joven de posición
y no quise, para venir a dar con este que no piensa en quién se ha traído a
casa. Las demás se divierten con sus amantes, y no hay una que no tenga quién
dos y quién tres, y disfrutan, y le enseñan al marido la luna por el sol; y yo,
¡mísera de mí!, porque soy buena y no me ocupo de tales cosas, tengo males y
malaventura. No sé por qué no cojo esos amantes como hacen las otras. Entiende
bien, marido mío, que si quisiera obrar mal, bien encontraría con quién, que
los hay bien peripuestos que me aman y me requieren y me han mandado propuestas
de mucho dinero, o si quiero ropas o joyas, y nunca me lo sufrió el corazón,
porque soy hija de mi madre; ¡y tú te me vuelves a casa cuando tenías que estar
trabajando!
Dijo el marido:
-¡Bah, mujer!, no te molestes, por Dios; debes creer que te
conozco y sé quién eres, y hasta esta mañana me he dado cuenta de ello. Es
verdad que me fui a trabajar, pero se ve que no lo sabes, como yo no lo sabía;
hoy es el día de San Caleone y no se trabaja, y por eso me he vuelto a esta
hora a casa; pero no he dejado de buscar y encontrar el modo de que hoy tengamos
pan para un mes, que he vendido a este que ves aquí conmigo la tinaja, que
sabes que ya hace tiempo nos está estorbando en casa: ¡y me da cinco liriados !
Dijo entonces Peronella:
-Y todo esto es ocasión de mi dolor: tú que eres un hombre
y vas por ahí y debías saber las cosas del mundo has vendido una tinaja en
cinco liriados que yo, pobre mujer, no habías apenas salido de casa cuando,
viendo lo que estorbaba, la he vendido en siete a un buen hombre que, al volver
tú, se metió dentro para ver si estaba bien sólida.
Cuando el marido oyó esto se puso más que contento, y dijo
al que había venido con él para ello: -Buen hombre, vete con Dios, que ya oyes
que mi mujer la ha vendido en siete cuando tú no me dabas más que cinco.
El buen hombre dijo:
-¡Sea en buena hora!
Y se fue.
Y Peronella dijo al marido:
-¡Ven aquí, ya estás aquí, y vigila con él nuestros
asuntos! Giannello, que estaba con las orejas tiesas para ver si de algo tenía
que temer o protegerse, oídas las explicaciones de Peronella, prestamente salió
de la tinaja; y como si nada hubiera oído de la vuelta del marido, comenzó a
decir:
-¿Dónde estáis, buena mujer?
A quien el marido, que ya venía, dijo:
-Aquí estoy, ¿qué quieres?
Dijo Giannello:
-¿Quién eres tú? Quiero hablar con la mujer con quien hice
el trato de esta tinaja. Dijo el buen hombre:
-Habla con confianza conmigo, que soy su marido.
Dijo entonces Giannello:
-La tinaja me parece bien entera, pero me parece que habéis
tenido dentro heces, que está todo embadurnado con no sé qué cosa tan seca que
no puedo quitarla con las uñas, y no me la llevo si antes no la veo limpia.
Dijo Peronella entonces:
-No, por eso no quedará el trato; mi marido la limpiará.
Y el marido dijo:
-Sí, por cierto.
Y dejando las herramientas y quedándose en camino, se hizo
encender una luz y dar una raedera, y entró dentro incontinenti y comenzó a
raspar.
Y Peronella, como si quisiera ver lo que hacía, puesta la
cabeza en la boca de la tinaja, que no era muy alta, y además de esto uno de
los brazos con todo el hombro, comenzó a decir a su marido: -Raspa aquí, y aquí
y también allí... Mira que aquí ha quedado una pizquita. Y mientras así estaba
y al marido enseñaba y corregía, Giannello, que completamente no había aquella
mañana su deseo todavía satisfecho cuando vino el marido, viendo que como
quería no podía, se ingenió en satisfacerlo como pudiese; y arrimándose a ella
que tenía toda tapada la boca de la tinaja, de aquella manera en que en los
anchos campos los desenfrenados caballos encendidos por el amor asaltan a las
yeguas de Partia , a efecto llevó el juvenil deseo; el cual casi en un mismo
punto se completó y se terminó de raspar la tinaja, y él se apartó y Peronella
quitó la cabeza de la tinaja, y el marido salió fuera. Por lo que Peronella
dijo a Giannello:
-Coge esta luz, buen hombre, y mira si está tan limpia como
quieres Giannello, mirando dentro, dijo que estaba bien y que estaba contento y
dándole siete liriados se la hizo llevar a su casa .
JORNADA NOVENA
NOVELA DÉCIMA
Don Gianni, a
instancias de compadre Pietro, hace un encantamiento para convertir a su mujer
en una yegua; y cuando va a pegarle la cola, compadre Pietro, diciendo que no
quería cola, estropea todo el encantamiento.
Esta historia contada por la reina hizo un poco murmurar a
las mujeres y reírse a los jóvenes; pero luego de que se callaron, Dioneo así
empezó a hablar:
Gallardas señoras; entre muchas blancas palomas añade más
belleza un negro cuervo que lo haría un cándido cisne, y así entre muchos
sabios algunas veces uno menos sabio es no solamente un acrecentamiento de
esplendor y hermosura para su madurez, sino también deleite y solaz. Por la
cual cosa, siendo todas vosotras discretísimas y moderadas, yo, que más bien
huelo a bobo, haciendo vuestra virtud más brillante con mi defecto, más querido
debe seros que si con mayor valor a aquélla hiciera oscurecerse: y por
consiguiente, mayor libertad debo tener en mostrarme tal cual soy, y más
pacientemente debe ser por vosotras sufrido que lo debería si yo más sabio
fuese, contando aquello que voy a contar. Os contaré, pues, una historia no muy
larga en la cual comprenderéis cuán diligentemente conviene observar las cosas
impuestas por aquellos que algo por arte de magia hacen y cuándo un pequeño
fallo cometido en ello estropea todo lo hecho por el encantador.
El año pasado hubo en Barletta un cura llamado don Gianni
de Barolo el cual, porque tenía una iglesia pobre, para sustentar su vida
comenzó a llevar mercancía con una yegua acá y allá por las ferias de Apulia y
a comprar y a vender. Y andando así trabó estrechas amistades con uno que se
llamaba Pietro de Tresanti, que aquel mismo oficio hacía con un asno suyo, y en
señal de cariño y de amistad, a la manera apulense no lo llamaba sino compadre
Pietro; y cuantas veces llegaba a Barletta lo llevaba a su iglesia y allí lo
albergaba y como podía lo honraba. Compadre Pietro, por otra parte, siendo
pobrísimo y teniendo una pequeña cabaña en Tresanti, apenas bastante para él y
para su joven y hermosa mujer y para su burro, cuantas veces don Gianni por
Tresanti aparecía, tantas se lo llevaba a casa y como podía, en reconocimiento
del honor que de él recibía en Barletta, lo honraba. Pero en el asunto del
albergue, no teniendo el compadre Pietro sino una pequeña yacija en la cual con
su hermosa mujer dormía, honrar no lo podía como quería; sino que en un pequeño
establo estando junto a su burro echada la yegua de don Gianni, tenía que
acostarse sobre la paja junto a ella. La mujer, sabiendo el honor que el cura
hacía a su marido en Barletta, muchas veces había querido, cuando el cura
venía, ir a dormir con una vecina suya que tenía por nombre Zita Carapresa de
Juez Leo, para que el cura con su marido durmiese en la cama, y se lo había
dicho muchas veces al cura, pero él nunca había querido; y entre las otras
veces una le dijo: -Comadre Gemmata, no te preocupes por mí, que estoy bien, porque
cuando me place a esta yegua la convierto en una hermosa muchacha y me estoy
con ella, y luego, cuando quiero, la convierto en yegua; y por ello no me
separaré de ella.
La joven se maravilló y se lo creyó, y se lo dijo al
marido, añadiendo: -Si es tan íntimo tuyo como dices, ¿por qué no haces que te
enseñe el encantamiento para que puedas convertirme a mí en yegua y hacer tus
negocios con el burro y con la yegua y ganaremos el doble? Y cuando hayamos
vuelto a casa podrías hacerme otra vez mujer como soy. Compadre Pietro, que era
más bien corto de alcances, creyó este asunto y siguió su consejo: y lo mejor
que pudo comenzó a solicitar de don Gianni que le enseñase aquello. Don Gianni
se ingenió mucho en sacarlo de aquella necedad, pero no pudiendo, dijo:
-Bien, puesto que lo queréis, mañana nos levantaremos, como
solemos, antes del alba, y os mostraré cómo se hace; es verdad que lo más
difícil en este asunto es pegar la cola, como verás. El compadre Pietro y la
comadre Gemmata, casi sin haber dormido aquella noche, con tanto deseo este
asunto esperaban que en cuanto se acercó el día se levantaron y llamaron a don
Gianni; el cual, levantándose en camisa, vino a la alcobita del compadre Pietro
y dijo: -No hay en el mundo nadie por quien yo hiciese esto sino por vosotros,
y por ello, ya que os place, lo haré; es verdad que tenéis que hacer lo que yo
os diga si queréis que salga bien. Ellos dijeron que harían lo que él les
dijese; por lo que don Gianni, cogiendo una luz, se la puso en la mano al
compadre Pietro y le dijo:
-Mira bien lo que hago yo, y que recuerdes bien lo que
diga; y guárdate, si no quieres echar todo a perder, de decir una sola palabra
por nada que oigas o veas; y pide a Dios que la cola se pegue bien. El compadre
Pietro, cogiendo la luz, dijo que así lo haría. Luego, don Gianni hizo que se
desnudase como su madre la trajo al mundo la comadre Gemmata, y la hizo ponerse
con las manos y los pies en el suelo de la manera que están las yeguas,
aconsejándola igualmente que no dijese una palabra sucediese lo que sucediese;
y comenzando a tocarle la cara con las manos y la cabeza, comenzó a decir: -Que
ésta sea buena cabeza de yegua.
Y tocándole los cabellos, dijo:
-Que éstos sean buenas crines de yegua.
Y luego tocándole los brazos dijo:
-Que éstos sean buenas patas y buenas pezuñas de yegua.
Luego, tocándole el pecho y encontrándolo duro y redondo,
despertándose quien no había sido llamado y levantándose, dijo:
-Y sea éste buen pecho de yegua.
Y lo mismo hizo en la espalda y en el vientre y en la grupa
y en los muslos y en las piernas; y por último, no quedándole nada por hacer
sino la cola levantándose la camisa y cogiendo el apero con que plantaba a los
hombres y rápidamente metiéndolo en el surco para ello hecho, dijo: -Y ésta sea
buena cola de yegua.
El compadre Pietro, que atentamente hasta entonces había
mirado todas las cosas, viendo esta última y no pareciéndole bien, dijo:
-¡Oh, don Gianni, no quiero que tenga cola, no quiero que
tenga cola! Había ya el húmedo radical que hace brotar a todas las plantas
sobrevenido cuando don Gianni, retirándolo, dijo:
-¡Ay!, compadre Pietro, ¿qué has hecho?, ¿no te dije que no
dijeses palabra por nada que vieras? La yegua estaba a punto de hacerse, pero
hablando has estropeado todo, y ya no hay manera de rehacerlo nunca.
El compadre Pietro dijo:
-Ya está bien: no quería yo esa cola. ¿Por qué no me
decíais a mí: «Pónsela tú»? Y además se la pegabais demasiado baja.
Dijo don Gianni:
-Porque tú no habrías sabido la primera vez pegarla tan
bien como yo. La joven, oyendo estas palabras, levantándose y poniéndose en
pie, de buena fe dijo a su marido: -¡Bah!, qué animal eres, ¿por qué has echado
a perder tus asuntos y los míos?, ¿qué yeguas has visto sin cola? Bien sabe
Dios que eres pobre, pero sería justo que lo fueses mucho más. No habiendo,
pues, ya manera de poder hacer de la joven una yegua por las palabras que había
dicho el compadre Pietro, ella doliente y melancólica se volvió a vestir y el
compadre Pietro con su burro, como acostumbraba, se fue a hacer su antiguo
oficio; y junto con don Gianni se fue a la feria de Bitonto, y nunca más tal
favor le pidió.
Cuánto se rió de esta historia, mejor entendida por las
mujeres de lo que Dioneo quería, piénselo quien ahora se esté riendo. Pero
habiendo terminado la historia y comenzando ya el sol a templarse, y conociendo
la reina que el final de su gobierno había venido, poniéndose en pie y
quitándose la corona, se la puso a Pánfilo en la cabeza, el cual sólo con tal
honor faltaba de ser honrado; y sonriendo dijo: -Señor mío, gran carga te
queda, como es tener que enmendar mis faltas y las de los otros que el lugar
han ocupado que tú ocupas, siendo el último; para lo que Dios te dé gracia, como
me la ha prestado a mí en hacerte rey.
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Te presento esta novela ambientada en Salamanca que acabo de publicar, por si te animas a leerla. SINOPSIS El asesinato de un diputado en un museo de Madrid lleva a un inspector inexperto a Salamanca, circunscripción por la que es electo el difunto. Durante la estancia en la ciudad se adentrará en el mundo académico, político y social en busca de indicios que expliquen los motivos que han llevado al verdugo a cometer tal atrocidad. El proceso indagatorio conducirá al detective a plantearse alguno de los principios por los que ha de regirse en su oficio, después de entrevistarse con testigos poco habituales que no parecen entristecerse con la muerte del político y que no aportan datos significativos del caso. El ambiente de la localidad universitaria de principios de los noventa del siglo pasado, extraño para el protagonista, más la resolución del caso, le dejarán la sensación de fracaso de su valía profesional y, sobre todo, del papel que le corresponde como agente al servicio de la justicia. Puedes conseguir la novela en papel (16 €) o formato ebook (4,49 €) en varias plataformas on line, tanto en España, como en otros países -la forma más rápida en cualquier país es a través de AMAZON:
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