Ficha de lectura de El banquete de Platón.




Platón nace en el 427 a. C. en Atenas o Egina en el seno de una familia aristocrática y fallece en el  347 a. C. (80-81 años)
Espeusipo, sobrino de Platón, elogia la rapidez mental y la modestia que tuvo de niño, así como su amor por el estudio. En su juventud se habría interesado por artes como la pintura, la poesía y el drama; de hecho, se conserva un conjunto de epigramas[1] que suelen ser aceptados como auténticos, y la tradición refiere que había escrito o tenía interés en escribir tragedias, afán que habría abandonado al comenzar a frecuentar a Sócrates. También, según se ve en su teoría educativa, siempre se interesó por la gimnasia y los ejercicios corporales, y ciertas fuentes refieren que se habría dedicado a las prácticas atléticas; habría participado asimismo de algunas batallas de la Guerra del Peloponeso y de la Guerra de Corinto, pero no hay información al respecto más que simples menciones del caso.
En consonancia con su origen, Platón fue un acérrimo anti-demócrata; con todo, ello no le impidió rechazar las violentas acciones que habían cometido sus parientes oligárquicos y rehusar participar en su gobierno.
Platón conoció a Sócrates a la edad de 20 años. A partir de allí, fue uno de los miembros más cercanos del círculo socrático hasta que en 399, Sócrates, que contaba unos setenta años, fue condenado a la pena de muerte por el tribunal popular ateniense, acusado por los ciudadanos Ánito y Meleto de "impiedad" (es decir, de no creer en los dioses o de ofenderlos) y de "corromper a la juventud".
Después de la pérdida de Sócrates, Platón, que tenía sólo veintiocho años, se retiró con algunos otros de los discípulos de su maestro a Megara, Sicilia, a la casa de Euclides (socrático, fundador de la escuela megárica). De allí habría viajado por distintos países, como a Egipto, Italia y a Sicilia. En el 387 viajó por primera vez a Sicilia, a la poderosa ciudad de Siracusa, gobernada por el tirano Dionisio; allí conoció a Dión, el cuñado de Dionisio, por quien se sintió poderosamente atraído y al que transmitió las doctrinas socráticas acerca de la virtud y del placer. Según un relato tradicional, al final de su visita, Platón habría sido vendido como esclavo por orden de Dionisio y rescatado por el cirenaico Anníceris en Egina, pólis que estaba en guerra con Atenas.
A la vuelta de Sicilia, Platón compró una finca en las afueras de Atenas, en un emplazamiento dedicado al héroe Academo, y fundó allí la Academia, que funcionó como tal ininterrumpidamente hasta el año 86 a.C. al ser destruida por los romanos, siendo restituida y continuada por los platónicos hasta que en 529 d. C. fue cerrada definitivamente por Justiniano I, quien veía en las escuelas paganas una amenaza para el cristianismo y ordenó su erradicación completa. Numerosos filósofos se formaron en esta milenaria Academia, incluyendo el mismo Aristóteles durante la dirección de Platón, junto a quien trabajó alrededor de veinte años, hasta la muerte de su maestro. Vale la pena recordar cierta descripción de W. K. C. Guthrie respecto de la Academia: "...No se parece en nada a ninguna institución moderna (...) Los paralelos más cercanos son probablemente nuestras antiguas universidades (...) con las características que han heredado del mundo medieval, en particular sus conexiones religiosas y el ideal de la vida en común (...) La santidad del lugar era grande, y se celebraban otros cultos allí, incluidos los de la misma Atenea. Para formar una sociedad que tuviera su tierra y sus locales propios, como hizo Platón, parece que era un requisito legal el registrarla como thíasos, es decir, como asociación de culto dedicada al servicio de alguna divinidad. Platón eligió a las Musas, que ejercían el patronazgo de la educación (...) Las comidas en común eran famosas por su combinación de alimentos sanos y moderados con una conversación que valía la pena recordar y anotar. Se cuenta que un invitado dijo que los que habían cenado con Platón se sentían bien al día siguiente". En la Academia, que no aceptaba personas sin conocimientos matemáticos previos, se impartían enseñanzas sobre distintas ciencias (aritmética, geometría, astronomía, harmonía, puede que también ciencias naturales) a modo de preparación para la dialéctica, el método propio de la inquisición filosófica, la actividad principal de la institución; asimismo, también era principal actividad, en consonancia con lo expresado en República, la formación de los filósofos en política, de modo que fueran capaces de legislar, asesorar e incluso gobernar (se sabe de varios platónicos que, luego de estudiar en la Academia, se dedicaron efectivamente a estas actividades).
Platón recibió influencias de otros filósofos, como Pitágoras, cuyas nociones de armonía numérica y geomatemáticas se hacen eco en la noción de Platón sobre las Formas; también Anaxágoras, quien enseñó a Sócrates y que afirmaba que la inteligencia o la razón penetra o llena todo; y Parménides, que argüía acerca de la unidad de todas las cosas y quien influyó sobre el concepto de Platón acerca del alma.
Platón murió en el 347 a. C., a los 80/81 años de edad, dedicándose en sus últimos años de vida a impartir enseñanzas en la academia de su ciudad natal.

Diálogo platónico.
La mayor parte de las obras de Platón están escritas – como la de los escritos filosóficos de la época - no como tratados, sino en forma de diálogos. En ellos sitúa Platón a una figura principal, la mayor parte de las veces Sócrates, que desarrolla debates filosóficos con distintos interlocutores, que mediante métodos como el comentario indirecto, los excursos o el relato mitológico, así como la conversación entre ellos, se relevan, completan o entretejen; también se emplean monólogos de cierta extensión.

Algunas ideas sobre la obra[2].
Contexto filosófico de la obra.
Se presenta el amor como el deseo de los seres humanos de perpetuarse en otros, bien biológicamente, bien en el espíritu o en el recuerdo. El eros platónico en el Banquete, es definido también como un ansia de cosas buenas y de felicidad, como un deseo de posesión del bien.
Trasfondo social.
Al lector moderno le sorprende el papel que desempeña la homosexualidad en la doctrina platónica del eros, un papel tan excluyente que el punto de partida del camino conducente a la contemplación de lo bello en sí no es otro que el correcto ejercicio de la pederastia. Todos los participantes de la reunión, excepto Aristófanes, dan por sentada la superioridad del amor homosexual[3] como fuente de vivencias elevadas sobre la heterosexualidad que se relega a las meras funciones de la reproducción.
Las reglas sociales que regían estas relaciones en Atenas, según el discurso de Pausanias, por su ambigüedad, demuestran que estas relaciones no eran bien vistas por todo el mundo. Al erastés o enamorado se le daba amplia libertad para perseguir al objeto de su deseo y licencia para mentir y transgredir sus juramentos; al objeto de pasión, al erómenos, le vigilaba la familia y la sociedad le ponía en guardia frente a este tipo de asedios. Sólo se admitía cuando la calidad humana del amante lo merecía y cuando de una relación de esta índole se deducían beneficios educativos para el muchacho.”
Por otra parte, los personajes de la obra, aristócratas, no eran representativos de la sociedad general. En este círculo elitista, se menospreciaba a la mujer como portadora de virtudes morales e intelectuales y, por consiguiente, la relación heterosexual no podía ser considerada una relación espiritualmente enriquecedora.
Antes decíamos que este tipo de relaciones no eran vistas bien por todo el mundo, sin embargo, un círculo pederástico tan señalado solo es posible en el marco más amplio de una sociedad permisiva con los caprichos del sexo. La actitud de la sociedad ateniense en el siglo V antes de Cristo frente a la sexualidad era bastante abierta y aunque de tendencias heterosexuales, llegado el caso no vacilaban en satisfacerse con el objeto erótico que más a mano tienen. Es decir, no se criticaba al que alternaba mujeres y mancebos en sus relaciones amorosas. Mas sobre aquellos que ejercían la prostitución, recaía el mayor desprecio. Frente a este oportunismo sexual de baja estofa, el mayor refinamiento del círculo platónico ponía en primer plano los aspectos elevados de la relación homosexual.


El Banquete / Platón.
El banquete o El simposio (en griego antiguo Συμπόσιον, Sympósion) es un diálogo platónico compuesto hacia el año 380 a. C. que versa sobre el amor. Esta obra, junto al Fedro, conformó la idea de amor platónico.

Desarrollo argumental
La narración es de Apolodoro, discípulo de Sócrates desde hace tres años, que en una conversación con un amigo rememora una historia que el amigo supone reciente. Apolodoro le comenta que dichos diálogos en los que participó Sócrates, ocurrieron en otro momento histórico, cuando ellos eran niños. Y que él no participó en ellos. Sabe lo que ocurrió porque se lo contó otro discípulo del maestro, que sí asistió, que se llamaba ARISTODEMO. Sin embargo, Apolodoro consultó con su maestro algunos aspectos de lo dicho en los discursos.
Aristodemo le contó a Apolodoro cómo terminó asistiendo a esa comida a pesar de no haber sido invitado. Se había encontrado casualmente con Sócrates y éste le propuso que le acompañara a casa de Agatón, el anfitrión, y que ya buscarían alguna explicación que darle cuando los viera juntos a los dos en su casa. No hizo falta ninguna, pues cuando Agatón le vio entrar solo, el filósofo se había rezagado reflexionando, sin darle tiempo a hablar le invitó a la comida.
El banquete fue organizado por el poeta trágico Agatón para celebrar su victoria en las fiestas Leneas del 416 a. C. Sócrates no había acudido a esa fiesta multitudinaria por lo que fue, lavado, calzado, a comer a casa de Agatón al día siguiente, para no parecer descortés con el dramaturgo.

Tras la comida Erixímaco propone pasar el tiempo en mutuos discursos en alabanza del Amor, de Eros, y debatir un tema que Fedro ha tenido en mente. Erixímaco pide que cada uno de los invitados improvise un elogio a Eros pues, según comentarios de Fedro, siendo este dios uno de los más importantes, rara vez es encomiado como merecería. Todos están de acuerdo con el tema, como también lo están en despedir a las bailarinas que animarían la reunión y de dejar a cada uno que bebiera lo que quisiera sin buscar acabar todos ebrios, pues alguno de los comensales aún sufren la resaca del día anterior.

El primero en realizar el discurso es Fedro, pareja de Erixímaco.
Eros es el dios más anciano y es el que hace más bien a los hombres, porque no hay mayor ventaja para un joven que tener un amante virtuoso, ni para un amante, que el amar un objeto virtuoso. Hace sentir vergüenza a los amantes cuando realizan algo mal o deshonesto y les emula a hacer el bien. Inspira valor en las circunstancias difíciles, como puede ser una guerra, en aquél que no lo posee por naturaleza. Por eso Fedro cree que un ejército formado por hombres enamorados entre ellos sería imbatible ya que “sólo los amantes saben morir el uno por el otro”. En el alma del que ama hay divinidad. De todos los dioses, Eros es el más capaz de hacer feliz al hombre.

El segundo en hablar es Pausanias.
Comienza su discurso diciendo que hay dos Afroditas, y por lo tanto dos Eros. La Afrodita popular, PANDEMO (Vulgar), hija de Zeus y de Dione, y la Afrodita URANIO (Celeste), que no nació de madre. El amor que acompaña a la primera es el del cuerpo y, por tanto, no dura. El amor que acompaña a la segunda es el del alma y, por tanto, es duradero.
Pausanias piensa que el Amor no es bueno en sí mismo: lo hay bueno y malo. Este es el que corresponde al amor de Afrodita Pandemo, que es un amor vulgar porque los que sienten este amor aman más el cuerpo que el alma, tanto de mujeres como de mancebos. Los que siente este amor prefieren amados necios y no se preocupan de la belleza del cortejo amoroso.
El otro amor, el de Urania, procede de una diosa que no participa de hembra, sino solo de varón: este es el amor a los muchachos, a lo masculino, que considera por naturaleza de más fuerza y entendimiento.
Los que se sienten este amor se inclinan solo por los muchachos a partir que les empieza a salir la barba, cuando comienzan a tener más entendimiento. Los que aman a estos chicos intentan mantener esta relación durante toda la vida y no engañarlos.
Pausanias propugna la prohibición de amar a los niños, algo que los hombres de bien hacen motu proprio. Y en la relación del amante con el amado (adolescente) defiende que los regalos o promesas de dádivas deberían estar prohibidos. El amante solo se debe hacer digno del amado a través de la persistente elocuencia y cariño. Cosa que no se respeta en otros lugares.
Para Pausanias, este amor debe llevarse de forma natural, no a escondidas y es partidario de que los amantes seleccionen a los muchachos por sus cualidades y carácter, más que por la belleza de su cuerpo.
Recomienda también que la duración del cortejo debe ser lo suficientemente amplia como para que se pueda ver bien la personalidad de ambos.
Este es el amor que hay que alabar porque además es bueno para la ciudad y para los ciudadanos porque es virtuoso.

Luego habla Erixímaco, médico.
Erixímaco adelanta su turno de intervención porque le entra hipo a Aristófanes.
Su discurso es una continuación del de Pausanias pues profundiza en él. La idea fundamental es que la presencia de esos dos amores se extiende a otras facetas de la vida e, incluso, se puede aplicar a la relación con los dioses.
Así, en Medicina, encontramos ese doble amor. El estado sano del cuerpo y el estado enfermo. El amor bueno reside en el cuerpo sano y el malo, en el cuerpo enfermo. Por lo tanto, es aconsejable propiciar lo relacionado con la salud y huir de lo que nos lleva a la enfermedad. El médico bueno es el conocedor de lo que nos produce bienestar y el que es capaz de reconducir a los que están enfermos. En la teoría amorosa: procurar que los dos estados enfrentados, -salud, el amor bueno, y la enfermedad, amor malo- se entiendan y  se amen mutuamente.
Lo mismo pasaría con la Música. La armonía que consigue el compositor es una consonancia, un acuerdo de sonidos discordantes. El ritmo también es la armonización de lo rápido y lo lento. Esta concordancia es producto del amor entre elementos discordantes.
Esta armonía o desorden se puede comprobar a lo largo del año en las estaciones: cuando se presentan beneficiosas es porque han armonizado, se ha basado la relación de unas con otras en el amor bueno; y cuando se presentan catastróficas es consecuencia del desorden en las tendencias amorosas.

Sigue entonces el discurso de Aristófanes.
Su discurso se organiza en torno a dos ideas: la primera es la importancia del amor en la consecución de la felicidad y la segunda explicar cuál es la naturaleza humana para poder comprender el impulso amoroso y la necesidad que tenemos de la relación amorosa.
En un principio la naturaleza humana era distinta a la actual. Relata un mito según el cual hubo un tiempo en que la tierra estaba habitada por personas esféricas con dos caras, cuatro piernas, cuatro brazos... Tres sexos existían entonces: el masculino, descendiente del sol; el femenino, descendiente de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna, que participaba en ambos. Estos seres se creían tan poderosos que atentaron contra los dioses escalando al cielo; por ello, Zeus los castigó dividiéndolos en dos mitades con el fin de debilitarles. Apolo realizó una serie de operaciones quirúrgicas para convertir esos seres esféricos en algo parecido a los seres humanos actuales, si bien fue necesaria una segunda intervención para desplazar los órganos sexuales hacia delante, lo que permitió la reproducción de los andróginos y el placer reconfortante en todos. Eran sin embargo, seres incompletos que anhelaban siempre la unión con su mitad perdida. A partir de ahí, hacían esfuerzos por encontrar a su otra mitad, y cuando se encontraban no querían separarse la una de la otra. Los hombres que provienen de andróginos aman a las mujeres, y las mujeres a los hombres. Las mujeres que provienen de las mujeres primitivas, aman a las mujeres. Y los hombres que provienen de los hombres primitivos aman a los hombres. El amor es el deseo de encontrar esa mitad que nos falta.
Este deseo de unión, de encontrar a la parte complementaria es el amor. Y cuando se consigue la unión con la persona adecuada se produce la felicidad.

El siguiente en hablar es Agatón. A medida que avanzan los discursos, los últimos se sienten abrumados por lo dicho por los que ya han intervenido y temerosos de que su discurso no esté a la altura de lo dicho. Así cuando Agatón, ilustre escritor, expresa este temor, Sócrates se mete con él por ser un timorato y tener miedo de hablar ante ellos y no tenerlo el día anterior en el teatro ante una multitud de espectadores. Los dos se lían en una discusión que Fedro corta para que se centren en el tema a desarrollar.

Agatón se propone describir cómo es Eros y los efectos que produce en aquél que siente su influencia. Es el más bello y mejor de los dioses; es el más joven y siempre es joven, ya que huye de los viejos. Es delicado, por eso fija su morada en los corazones y en las almas y huye de la cabeza, de las cosas racionales y del suelo, de las cosas prácticas. Es sutil en las formas permitiéndole entrar y salir en  las almas y corazones imperceptiblemente. Es justo y bondadoso: el que quiere no causa mal al amado, ni éste al amante. También es templado en el disfrute de los placeres, estando por encima de ellos y regulándolos. Y el amor hace a los que lo sienten ser capaces de expresar sus sentimientos de manera poética.

Discurso de Sócrates.         
            El último en hablar es Sócrates, que comienza con un irónico exordio[4] en el que advierte de que no elogiará a Eros faltando a la verdad sobre él, sino que contará lo que sabe del amor sin callar lo que no sea hermoso. Así, al primero que rebate es al último en hablar, a Agatón, sosteniendo que el amor ni es bello ni bueno con un procedimiento basado en preguntas[5] que le va formulando al anfitrión y de las propias respuestas que él ofrece, lo convence. Así lo primero que le demuestra es que el amor es amor de alguien que no está a tu disposición o de algo de lo que se carece, pues si se poseyera, no se sentiría necesidad de amar. Luego, precisa que amar consiste en desear lo bello, por lo cual deduce que el que ama no posee belleza, que el amor en sí no es bello, pues si lo fuera no tendría deseo de acercarse a lo bello. Por consiguiente, si el Amor carece de cosas bellas y si lo bueno es bello, también estará falto de cosas buenas.
El discurso del filósofo cambia a partir de este momento. Lo que va a decir del amor, según sus propias palabras, no es suyo, sino de Diotima, una mujer que le sacó a él de los mismos errores que acaban de cometer los intervinientes anteriores al presentar de manera tan ideal al amor. Tal vez sea una muestra de humildad al no atribuirse él esas ideas, o una manera de expresar su pensamiento sin ser descortés con los demás comensales a los que va a contradecir en algo de lo que han dicho. Para ello reproduce la conversación que Sócrates mantuvo con esa mujer.
Sócrates había afirmado ante Diotima que el Amor era un gran dios y que tenía por objeto las cosas buenas; es decir, como todos los dioses, era bello y bueno. Pero según se ha visto con el razonamiento anterior, Eros no es bello ni bueno, pero tampoco feo ni malo, como pensó Sócrates; por ende, tampoco puede ser un dios pues éstos son felices y bellos, pero tampoco puede ser humano. Según Diotima, es un genio (demonio), algo intermedio entre mortal e inmortal. Los demonios son intérpretes y medianeros entre los dioses y los hombres, la adivinación procede de los demonios.
Ante la pregunta de Sócrates sobre la génesis del amor, Diotima narra la historia de que cuando Afrodita nació asistió a la celebración Poro (el Recurso). Al finalizar la comida se presentó  Penía (la Pobreza). Poro, embriagado, penetró en el huerto de Zeus y se quedó dormido, momento que aprovechó Penía para yacer con él, y de esta relación salió el Amor con las siguientes características: es acólito de Afrodita por haber sido engendrado en su natalicio y por lo tanto amante de la belleza, pero como hijo de Poro y Penía, es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello; y por su naturaleza, no es inmortal ni mortal, sino que es muy cambiante incluso en un intervalo de tiempo corto.
La siguiente cuestión que plantea Sócrates a Diotima es la utilidad del amor. A lo que la mujer responde diciendo que si el amor busca la belleza y ésta se identifica con las cosas buenas, el amor lo que busca es conseguir el bien para ser feliz; es decir, sentir amor es equivalente a ser feliz, algo que ansían todos. Sin embargo, unos aman unas cosas y otros, otras y utilizamos el término “amor” de manera restringida para referirnos aquellos que buscan el amor en otra persona. Pero, aunque a todo deseo de cosas buenas y de ser feliz llamamos amor, no todos se entregan a él de la misma manera: unos se entregan en los negocios, otros en los deportes, en la filosofía…
Diotima intenta ahora demostrar la falsedad afirmada en el discurso de Aristófanes de que los enamorados buscan la mitad de sí mismos para poder ser felices. Según ella, lo que buscan los enamorados es el bien y nunca otra cosa, pues, cuando en ellos mismos hay algo malo, no dudan en amputarse los pies o la mano, algo que es propio de ellos. Por todo ello hay que aducir que el objeto del amor es la posesión constante de lo bueno.
¿En qué acción concreta se plasma este deseo amoroso? En la procreación de la belleza tanto según el cuerpo como según el alma. Cuando se llega a cierta edad es común a todos el deseo de la procreación biológica o espiritual. La unión de varón y de mujer es procreación y es una cosa divina, pues la preñez y la generación son algo inmortal que hay en el ser viviente, que es mortal. Solo en la belleza se puede dar procreación, por lo que deduce que el amor no es amor de la belleza, sino amor de la generación y del parto que solo se pueden dar en la belleza.
Continúan abordando nuevos temas o aspectos. El siguiente es por qué la generación es algo eterno e inmortal teniendo en cuenta que se da en los seres humanos que son mortales. Si el deseo del amor es la posesión de lo bueno, ha de querer también la inmortalidad, que nunca acabe el sentimiento amoroso en los humanos. Y ¿por qué los seres humanos aman la inmortalidad? Comprobamos, en primer lugar, que los progenitores están dispuestos a dar su vida por sus retoños. ¿Por qué? Porque la naturaleza mortal busca en la medida de lo posible existir siempre y ser inmortal. Y esto solo se consigue con la procreación al dejar un ser nuevo en lugar del viejo. No solo existe este cambio o transformación, este deseo de renovación, sino que nosotros, mientras vivimos no somos estables; continuamente estamos cambiando a lo largo de nuestra vida: nuestro cuerpo, nuestros hábitos, deseos, temores, conocimientos…
Diotima intenta convencer a Sócrates de que esto es así, sino no se explicaría la ambición de los seres humanos tanto en la procreación biológica como en la espiritual por dejar transcendencia de ellos. Para Diotima, la ambición más noble es la espiritual: la trasmisión, procreación de ideas, de virtudes, de sabiduría en otros. Esto es lo que hacen los poetas, los inventores y sobre todos los políticos que intentan construir ciudades-estado mejores. Estas personas están preñadas desde niños por esta sabiduría y llegado el momento buscan una persona con un alma bella para transmitirle esas ideas y formarle espiritualmente. La transmisión de esos conocimientos, como acto de alumbramiento, es más noble que la propia descendencia biológica y, de hecho, la posteridad ha reconocido el mérito de estos hombres, pero no el de los simples reproductores.
Aquí termina el discurso de Diótima para instruir a Socrates en los secretos del amor. Sin embargo, le propone a su discípulo dar un paso más en este conocimiento; este nuevo estadio no lo alcanza cualquiera. El proceso para llegar a esta meta comenzaría cuando se es joven “dirigiéndose hacia los cuerpos bellos y enamorarse primero de un solo cuerpo y engendrar en él bellos discursos; comprender luego  que la belleza que reside en cualquier cuerpo es hermana de la que reside en el otro, y que si lo que se debe perseguir es la belleza de la forma, es gran insensatez no considerar que es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos los cuerpos. Por lo tanto, no conviene fijarse en una sola persona, sino enamorarse de todas las personas bellas. A continuación, entender que es más digna de admirar la belleza del alma que la del cuerpo. Después de las normas de conducta, el iniciador debe conducir a las ciencias para que iniciado vea la belleza de éstas, dirija su mirada a toda esa belleza y no sea en lo sucesivo hombre vil y de mezquino espíritu por servir a la belleza que reside en un solo ser…, sino que vuelva su mirada a ese inmenso mar de la belleza y su contemplación le haga engendrar muchos, bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable filosofía hasta que vislumbre una ciencia única que versa sobre una belleza que es así… El que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y ha contemplado en este orden y en debida forma las cosas bellas, acercándose al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello, aquello por cuya causa tuvieron lugar todas las fatigas anteriores, que en primer lugar existe siempre, no es bello por un lado y feo en el otro, ni aquí bello y allí feo. Se trataría de la contemplación de la belleza (el éxtasis místico) de la que dependen todas, aunque la suma de ellas o cualquiera de manera individual alteran o influyen en la naturaleza de esa Belleza. Si se llegara a contemplar, “ese es el momento de la vida en que adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste contempla la belleza en sí. Si alguna vez la vislumbras, no te parecerá que es comparable ni con el oro, ni con los vestidos, ni con los niños y jóvenes, a cuya vista ahora te turbas…”

El diálogo se cierra con la bulliciosa entrada de un ebrio Alcibíades en la celebración que habla sobre Sócrates, diciendo que es un sátiro burlón y descarado, que se burla de todos haciéndose el ignorante. Que dice no saber nada pero que en él hay muchos tesoros.
Elogia entonces la figura de Sócrates, alabando su templanza y su apego a la verdad, a cuya búsqueda vive consagrado. De esta forma se muestra al lector cómo el propio Sócrates es la encarnación perfecta de los preceptos que él mismo expuso en su discurso. Para ejemplo, Alcibíades narra cómo, a pesar de que entonces toda Atenas reconocía su belleza física, Sócrates rehusó el trato sexual con él.


Te presento esta novela ambientada en Salamanca que acabo de publicar, por si te animas a leerla.

SINOPSIS

El asesinato de un diputado en un museo de Madrid lleva a un inspector inexperto a Salamanca, circunscripción por la que es electo el difunto. Durante la estancia en la ciudad se adentrará en el mundo académico, político y social en busca de indicios que expliquen los motivos que han llevado al verdugo a cometer tal atrocidad. El proceso indagatorio conducirá al detective a plantearse alguno de los principios por los que ha de regirse en su oficio, después de entrevistarse con testigos poco habituales que no parecen entristecerse con la muerte del político y que no aportan datos significativos del caso.

El ambiente de la localidad universitaria de principios de los noventa del siglo pasado, extraño para el protagonista, más la resolución del caso, le dejarán la sensación de fracaso de su valía profesional y, sobre todo, del papel que le corresponde como agente al servicio de la justicia. 

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Etc.

[1] El epigrama (del griego antiguo «πί-γραφ»: literalmente, «sobre-escribir» o «escribir encima») es una composición poética breve que expresa un solo pensamiento principal festivo o satírico de forma ingeniosa.
Juan de Iriarte lo definió usando la misma forma del epigrama:
    A la abeja semejante,
    para que cause placer,
    el epigrama ha de ser
    pequeño, dulce y punzante.
   
Otro atribuido a don Álvaro Cubillo de Aragón, siglo XVII:
    El señor don Juan de Robres,
    con caridad sin igual,
    hizo este santo hospital...
    y también hizo los pobres.
[2] Las ideas siguientes son de Luis Gil, en la introducción que hace de la obra en la edición de Planeta de 1990.
[3] Fedro es pareja de Erixímaco; Pausanias y Agatón forman pareja…

[4] El exordio, del cual muchas veces depende el éxito de todo el discurso, tiene por objetivo captar la atención del auditorio sobre el tema a tratar, y de obtener su buena voluntad y benevolencia. Esta introducción permite al orador justificar por qué está haciendo uso de la palabra, mostrando que el interés del público se une al suyo propio, en relación a los tópicos y a los enfoques que van a ser desarrollados. Es aquí, es en esta parte, que quien habla debe desplegar sus mejores cualidades, para asegurar una buena acogida a sus argumentaciones y a sus eslabonamientos de la presentación, y mostrando modestia, prudencia, probidad, autoridad, dominio de la temática.
[5] Podemos considerar que Platón va a utilizar una forma de elocución, argumentativa, diferente a la modalidad expositiva de sus predecesores.

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