LA PEREZA, COMPAÑERA DE VIAJE
Ya desde que nacemos tenemos la pereza en los genes. Desde pequeño, con cinco años o sobre esa edad, te fijas en la vagancia y en la pereza que tienen los adultos, sobre todo los hombres, por ejemplo, a la hora de trabajar en las tareas del hogar. El modelo español mítico es el de ver a tu padre sentado viendo el fútbol en la televisión, con una cerveza mientras la madre prepara la cena. Ahí es cuando comienza a pensar el niño: "Pudiendo estar como mi papá para qué voy a estar trabajando". Y uno ya se acostumbra.
Yo recuerdo en el colegio, en 3º de Primaria, que estábamos dando las tablas de multiplicar, y el día del examen, un compañero de clase escribió en la tabla del dos: "Dos por uno dos, dos por dos cuatro, y así sucesivamente..." Esto lo hizo con todos los números del uno al diez.
En realidad él se sabía las tablas; además era de los más listos de la clase, pero por pura pereza y porque era a primera hora, -que en esos tiempos, las 9:30 de la mañana era prontísimo-, repitió el mismo esquema de respuesta. El profesor nos lo contó y después de reírnos nos comentó que no lo podía poner mal porque no estaba mal. Al final le repitió el examen, pero esta vez escribiendo todo.
En fin, nos estamos acostumbrando demasiado a la pereza y esto es muy malo y tiene sus consecuencias: que no son positivas, ya os informo yo.
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