Una pequeña historia de película
Siempre que mi abuela me contaba esta historia, mi abuelo sonreía y la miraba como si el tiempo retrocediese de repente y volviesen aquellos años, duros por el hambre pero llenos de esperanza.
Mi abuela, trabajaba de costurera para una modista que le pagaba lo justo para ayudar en casa, pero como era una soñadora y no tenía estudios para leer, se guardaba una pequeña parte, y todos los sábados por la tarde iba al cine y de paso que soñaba con las estrellas del celuloide, se paseaba mirando las tiendas de la zona más rica de la ciudad. “Así, hijo mío, copiaba los modelos de los maniquís y sobre todo me quedaba embobada viendo los dulces y los bombones de las pastelerías”.
“El día que conocí a tu abuelo, seguía contando, había ahorrado para ver una película que nunca olvidaría, por la historia en sí y porque el azar había puesto el amor en mi camino”.
Tengo que reconocer que no he visto “Carta a una desconocida”. Una historia de amor tan intensa, que aquella tarde al salir del cine mi abuela, y me decía de forma literal, “llovía tanto y mis lágrimas eran tan grandes, que parecía que las gotas provenían de mis ojos”, y mi abuelo asentía con la cabeza, como diciendo, yo te lo confirmo, porque mi abuelo era el acomodador.
Y entonces cuando llega a esta parte, a mi yayo le brillan los ojos, que alguna vez pensé: “a que es una premonición y vuelve a llover como aquel día” y entonces me río y mi abuela me hace una señal advirtiendo que el abuelo se puede molestar y me pongo serio de nuevo y presto mucha atención.
Lo cierto era que el pobre, hacía más de un año que estaba esperando ese momento, el de poder acercarse sin levantar sospechas sobre sus sentimientos.
Ambos estaban en situaciones diferentes. Ella estaba triste por la trama de la película; y para él era la oportunidad caída del cielo, la ocasión de acercarse a aquella muchacha, que cada sábado, sola, fuese invierno, verano u otra estación, durante más de un año, la estaba esperando para acompañarla a su asiento y poder oír su voz diciendo “gracias”.
“¿Se encuentra bien señorita?”, le dijo el abuelo y entonces, “lo miré y salí corriendo, más veloz que los rayos y truenos que estaban provocando la fuerte lluvia”.
“Creí morir” y es lo único que mi querido abuelo se atreve a decir, para no interrumpir las palabras de su esposa.
Mi abuela no fue al cine ni el sábado siguiente, ni al otro, ni…, hasta dos meses después, además dejó de ir al viejo “Capitol”. La apertura de uno cerca de su casa, en otra zona que estaba prosperando, más moderno, casi la aleja del abuelo.
Al cabo de 4 meses, y con otro dramón “La Heredera”, y sin mirarle a la cara, entregó la entrada al hombre con el traje y la gorra de botones dorados. Él muy amable la acompañó y ella le dio las gracias. Entonces me coge la mano: “levanté la vista, y aquel hombre del que salí huyendo, me estaba mirando como si hubiese visto un ángel, y entonces le dije: me encuentro bien, gracias y sabiendo que usted trabaja aquí, ya no me tengo que preocupar más”.
Y así fue como nunca más se sintió sola viendo una película y cómo cuando escudriñaba los vestidos de los escaparates, le parecían más bonitos, cómo los bombones eran más deliciosos y nunca más huyó de su vida.
Durante los años que pasaron juntos, el día de su aniversario, buscaban un momento a solas y ella le contaba una y otra vez la película que les había unido y cuenta mi abuela que todos los años caía una fuerte lluvia en la calle, pero no en su corazón.
Donde quiera que estén ahora, estoy seguro que siguen juntos, ella narrando la historia y mi abuelo escuchándola como si fuera la primera vez.
Prometo que llegado el momento, veré su película y una parte de ellos me acompañará, en una noche lluviosa.
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