Texto 2.
Comentario
crítico de esta columna: analiza la estructura externa e interna, haz el
resumen y el esquema de la misma y formula el tema del que trata.
Después del
texto, te dejo la respuesta a estas cuestiones.
Un
adverbio se le ocurre a cualquiera
Hemingway cobraba los artículos por
palabras. A tanto el término, lo mismo daba que fueran adjetivos que
sustantivos, preposiciones que adverbios, conjunciones que artículos. No
recuerdo de dónde saqué esa información, hace mil años (cuando ni siquiera
sabía quién era Hemingway), pero me impresionó vivamente. En mi barrio había
una tienda de ultramarinos, una mercería, una droguería, una panadería, una
lechería… Pero no había ninguna tienda de palabras. ¿Por qué, tratándose de un
negocio tan lucrativo, como demostraba el tal Hemingway? Para vender leche o
pan, pensaba yo, era preciso depender de otros proveedores a los que
lógicamente había que pagar, mientras que las palabras estaban al alcance de
todos, en la calle o en el diccionario.
Imaginé entonces que ponía una tienda de
palabras a la que la gente del barrio se acercaba después de comprar el pan.
Sólo que yo las vendía a precios diferentes. Las más caras eran los
sustantivos, porque sustantivo, suponía yo, venía de sustancia. Si la sustancia
de una frase dependía de esta parte de la oración, lo lógico era que valiera
más. Después del sustantivo venía el verbo y, tras el verbo, el adjetivo. A
partir de ahí, los precios estaban tirados. Cuando un cliente, en mis fantasías,
compraba tres sustantivos, le reglaba cuatro o cinco conjunciones, para
fidelizarlo. Mi padre, que era agente comercial, utilizaba mucho el verbo
fidelizar. ¿De dónde, si no, iba a sacar yo esa rareza gramatical? En mi tienda
imaginaria había también un apartado de palabras inexistentes, para gente
caprichosa o loca. Aún recuerdo algunas: copribato, rebogila, orgáfono,
piscoteba, aguhueco, escopeja…
El negocio imaginario iba bien. Todo el
mundo necesitaba mis palabras. Al poco de inaugurar la tienda tuve que
contratar dos empleados porque no daba abasto. Luego compré el piso de arriba
para ampliar el negocio, pues llegó un momento en el que la gente me pedía
también frases. Puse en el sótano un taller con cuatro gramáticos que se
pasaban el día construyendo oraciones. Las había de muchos precios, claro. Las
frases hechas eran las más baratas. Recuerdo, entre las que tuvieron más éxito,
en boca cerrada no entran moscas y no rascar bola, pero a mí me gustaban mucho
también leerle a alguien la cartilla, ser un hueso duro de roer, chupar cámara,
pelillos a la mar, o mi sastre es rico. El precio de las frases aumentaba a
medida que resultaban menos comunes, o más raras. Por alguna razón que no
llegué a entender, había mucha demanda de frases absurdas. Me duelen los
zapatos, por ejemplo, los espejos fabrican harina orgánica, o las cremalleras
son menos sentimentales que los botones. Con el tiempo tuve que crear un
departamento dedicado de manera exclusiva a la construcción de frases absurdas.
La idea de la tienda de palabras y
frases me resultó muy liberadora, pues siempre pensé que ganarse la vida era
condenadamente difícil. El mayor miedo de mi infancia era el de acabar en una esquina,
vendiendo pañuelos de papel. Un día que mi madre, tras suspirar con expresión
de lástima, se preguntó en voz alta qué iba a ser de mí, le dije que no se
preocupara, pues había decidido que iba a poner una tienda de palabras. Tras
meditar unos instantes, me dijo que eso era un disparate y que debía poner mis
energías en cuestiones prácticas. Ahí acabó mi sueño de vender palabras. Luego,
de mayor, comprobé que los anuncios por palabras constituían un capítulo muy
importante en la cuenta de resultados de los periódicos. Pero no le dije nada a
mamá, para que no se sintiera culpable.
De todos modos, acabé viviendo de las
palabras. No tengo una tienda abierta al público, tal como soñaba entonces,
pero me levanto por las mañanas, las ordeno en un papel, las envío al periódico
o a la editorial y me pagan por ellas. A tanto la pieza. Una pieza es un
artículo. El término pieza se utiliza también entre los cazadores para
denominar a los animales abatidos. La semejanza es correcta, pues escribir un
texto se parece mucho a cazarlo. De hecho, con frecuencia se nos escapa. La
otra noche, en la cama, con los ojos cerrados, pasó volando por mi bóveda
craneal un artículo estupendo. Me levanté, cogí un cuaderno que tengo en la
mesilla, apunté con el bolígrafo, pero la pieza había desaparecido. Desde la
utilización masiva de los ordenadores, contamos los artículos por palabras.
Éste que están ustedes leyendo tendrá unas 4.700. Puedo calcular a cuánto me
sale la palabra y decir que cobro en plan Hemingway. Pero me sigue pareciendo
mal que me paguen lo mismo por un sustantivo que por un adverbio. Un adverbio
se le ocurre a cualquiera.
JUAN
JOSÉ MILLÁS.
Estructura externa.
Se trata de un texto en prosa completo;
en concreto, una columna de la revista Interviú, publicación con la que
colabora como columnista habitual.
El texto es fundamentalmente narrativo y
descriptivo.
Estructura interna.
Primera parte: los tres primeros
párrafos. Juan José Millás compara la profesión de escritor con otras dedicaciones
que persiguen ganar dinero vendiendo algo. Narra la fantasía que supuestamente
él desarrollaba de pequeño de poner un negocio que consistía en vender palabras
y frases.
Segunda parte: cuarto párrafo. Este
negocio, el oficio de escritor, no le pareció a su madre una ocupación seria
que le permitiera a su hijo ganarse la vida.
Tercera parte: último párrafo. El autor
muestra cómo su madre se equivocó, ya que es escritor y vive de vender
palabras, textos…
Tema: Reflexión del autor sobre la manera de ganarse la vida
como escritor.
Resumen.
Juan José Millás recuerda que cuando él
era muy joven oyó que Hemingway cobraba los artículos que escribía según el
número de palabras. A partir de ese momento imaginó que ponía una tienda para
vender palabras, con precios diferentes según la clase. Como tuvieron mucha
aceptación, aumentó el negocio comprando dependencias anexas y contratando
empleados que vendían frases hechas, absurdas... Cuando la madre le preguntó un
día a qué se dedicaría cuando fuera mayor y él contestó lo del negocio de
palabras, a ella le pareció una osadía. Sin embargo, con el paso del tiempo,
realmente el autor ha terminado vendiendo palabras en forma de novelas o textos
periodísticos. Con todo sigue pensando, como de pequeño, que el sistema de
remuneración de las columnas es injusto, pues hay palabras que son más
importantes que otras.
ESQUEMA.
Juan José Millás reflexiona sobre su
oficio de escritor. Esta reflexión parte de dos momentos diferentes de su vida:
de niño y ya adulto.
-Cuando era niño imaginó un negocio
consistente en vender palabras en una tienda.
-La idea se le ocurrió al saber que
Hemingway cobraba por el número de palabras escritas.
-Organización del negocio:
-Las palabras costarían según su
categoría: los sustantivos, los verbos y los adjetivos, por este orden, eran
las más caras.
-Ideó promociones para asegurar
clientes: regalaría palabras de menos importancia cuando compraran las más
caras.
-La tienda se dividiría por secciones:
-La de palabras inexistentes.
-Las dedicadas a la construcción de
frases:
-hechas.
-raras.
-absurdas.
-Algunos empleados serían gramáticos.
-La madre enjuició el negocio
negativamente.
-Ya adulto, Juan José Millás es escritor
y vive de vender palabras en:
-Novelas.
-Como articulista cobrando según el
número de palabras de cada texto.
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