ACTO
I.
El espacio donde se
representa es la casa de Bernarda. La época es el verano. Se oyen doblar las
campanas. Es por la mañana, en torno a las doce.
La Poncia cuenta a otra
criada parte de la ceremonia religiosa que se está celebrando en la iglesia por
el difunto marido de Bernarda, la dueña de la casa. Ella va y viene de la
iglesia a casa para supervisar la preparación del recibimiento que se ha de dar
a los vecinos después de la misa.
La Poncia, mientras se
come una tajada de longaniza, despotrica contra su ama por considerarla
despótica. Aprovecha su ausencia para permitir que la otra criada le robe un
puñado de garbanzos.
Pero no están solas.
Encerrada en el desván se encuentra la abuela, una persona con demencia senil.
Han de tener mucho cuidado para que no huya pues es especialmente habilidosa
para abrir la puerta.
Por su conversación
sabemos también la relación familiar de Bernarda. Al entierro no han venido los
familiares del difunto, solo los suyos. Además, Bernarda vive aislada en su
casa, sin permitir que los vecinos entren. Antes, cuando vivía su padre, era
una casa abierta.
La relación de ama y
criada es larga: más de treinta años lleva a su servicio, aguantándola porque
dos de sus hijos casados trabajan para ella en sus campos.
Poncia informa a la otra
criada (y al lector) de la situación poca envidiable de la familia; a pesar de
la importancia que se dan, la realidad es que la única de las cinco hijas que
tiene dinero es Angustias, hija del primer marido de Bernarda. Las demás, poco
dinero tienen.
Cuando Poncia va a la
iglesia a oír los últimos responsos, la criada también se desahoga maldiciendo
al muerto por todo el sufrimiento que padeció a consecuencia del acoso sexual
al que el marido de Bernarda, Antonio María Benavides, la sometía. Sin embargo,
cuando los vecinos entran en casa después de misa, se a lamenta falsamente del
dolor que le ha causado su muerte.
Los vecinos acuden al
refrigerio que Bernarda ofrece. Los hombres pasan al corral; a la casa, las
mujeres. Bernarda reparte órdenes a criadas e impone su autoridad entre las
mujeres. En la reunión de mujeres alguien comenta que entre los hombres se
encuentra Pepe el Romano, pero Bernarda se niega a aceptar su presencia.
Cuando Bernarda no puede
oír, algunos la insultan y demuestran el odio que sienten hacia ella. Para
acabar con el agasajo, la viuda entona un responso al que contestan las
vecinas. Los hombres aportan algo de dinero, que Poncia entrega a su ama, para
que ésta encargue responsos para su marido. Lo agradece y ordena que les
ofrezcan una copa de aguardiente.
Cuando salen las mujeres,
Magdalena solloza y su madre, golpeando con el bastón en el suelo, la manda
callar.
Poncia pondera la
cantidad de personas que han acudido al funeral y la posterior recepción, pero
a Bernarda lo que le interesa es que todo haya acabado y que hayan salido de su
casa. A partir de ese momento, impone un luto riguroso de ocho años en los
cuales las hijas no podrán salir de casa y se dedicarán a preparar su ajuar
matrimonial. Decisión que no gusta a Magdalena, porque ella sabe que no se
casará y no le gustan esas tareas; sin embargo, su madre, sin piedad, le recuerda
que esas son las ocupaciones de las mujeres y que ahora le toca obedecer y no
buscar la protección de su padre muerto.
La voz de la abuela llega
desde el desván. La criada encargada de impedir que saliera y que no se notara
su presencia durante la recepción de los vecinos, refiere los esfuerzos para
retenerla durante ese tiempo. También que se ha adornado con sus joyas con el
deseo de contraer matrimonio. Su hija accede a que la saquen a que la dé el
aire en el corral, pero con la precaución de que no se coloque cerca del pozo,
lugar desde donde la pueden ver los vecinos.
Del grupo de hijas,
Bernarda echa en falta a Angustias. Adela le dice que estaba en el corral
acechando la conversación de los hombres. La madre se enfada tanto con una como
con la otra por rondar a los hombres, pues se supone que Adela ha ido al corral
a lo mismo que su hermana mayor. Cuando llega ésta a su presencia, la madre la
va a golpear con el bastón, pero se lo impide La Poncia. Esta cuenta a su ama una
conversación de los hombres, que habían oído sus hijas; se refería al rapto de
una mujer casada, Paca la Roseta, forastera, al igual que los hombres que la
raptaron que, después de reducir al marido, se la llevaron a un olivar donde
organizaron una orgía que duró hasta la mañana siguiente cuando la devolvieron
a casa contenta y con cara de satisfacción.
La conversación entre ama
y criada vira hacia la situación de Angustias, su hija mayor, que con 39 años
nunca ha tenido un novio por no encontrar su madre para ella un hombre en todo
el entorno de su condición social. Amelia y Martirio se quedan solas y comentan
la poca ilusión con la que viven. Comentan que una tal Adelaida no ha acudido a
los funerales. Achacan la causa a que su marido tal vez no la haya dejado
acudir, despotricando contra la falta de libertad de las mujeres casadas
sometidas al marido, por lo que dudan de si es mejor contraer matrimonio o
permanecer solteras. Sin embargo, comentan que también es posible que no haya
asistido por miedo a su madre, al ser ella la única que conoce la procedencia
del patrimonio de su abuelo. Este parece que mató en Cuba al marido de su
primera mujer a la que luego abandonó en España cuando regresaron, y se fue con
otra que tenía una hija, para a su vez tener relaciones con esta muchacha, la
madre de Adelaida, con la que se casó después de haber muerto loca la segunda
mujer. [Relato oscuro, pag. 12] Comentando esto se sorprenden de que tal
comportamiento no tuviera castigo, achacándolo a que los hombres se tapan unos
a los otros. El desprecio que sienten por los hombres, especialmente en el caso
de Martirio, se manifiesta en su negativa a contraer matrimonio. Sin embargo,
Amelia le recuerda a su hermana que tuvo un pretendiente llamado Enrique
Humanes. Martirio reconoce que algo hubo, pero, en definitiva, no acudió a la
primera cita con ella y acabó casándose con otra más rica.
A la conversación de las
dos se une Magdalena, que se presenta con la misma apatía vital de ellas: lleva
los cordones desatados y no tiene miedo de caerse y matarse. Les pregunta que
si no se han enterado de que Pepe el Romano ya rondó la noche anterior a
Angustias y que se rumorea de que pronto mandará un emisario para pedir su
mano. Las tres, aunque hipócritamente no lo digan, piensan que ese hombre, de
25 años, lo que busca es la herencia de su hermana.
A las tres, se suma Adela,
con un vestido verde cosido por su hermana Magdalena que pensaba estrenar para
su cumpleaños. Viene de lucirlo en el corral delante de las gallinas. Cuando le
dicen que Pepe el Romano ha pedido la mano de Angustias se sorprende. No acaba
de pronunciar, pero parece que va a decir: pero si ese hombre me ronda a mí. Le
parece imposible una traición. En esto, una criada les anuncia que ese mozo va
a pasar por la calle. Amelia, Magdalena y Martirio se apresuran para ir a
espiar su paso por la calle. Aunque Adela duda en moverse, al final también se
va a su cuarto para verlo pasar desde allí.
Mientras salen a escena
Bernarda y La Poncia comentando el mucho dinero que va heredar Angustias y qué
poco el resto de sus hermanas. Aparece Angustias con la cara empolvada y su
madre la va a reñir por la poca consideración al luto que acaba de comenzar,
pero ella alegará que el muerto no era su padre. Su madre, furiosa, con un
pañuelo le quitará los polvos del rostro, momento en el que se incorporan las
otras hermanas, que reprochan a Angustias su riqueza. La madre impone la paz.
En ese momento, María Josefa aparece en escena con flores en la cabeza y en el
pecho; tiene una actitud jovial y divertida. Bernarda, abochornada, reñirá a la
criada por haberla dejado salir de la habitación donde estaba encerrada. La
abuela pide todas sus pertenencias a la hija, pues no quiere que ninguna de sus
nietas herede nada de ella, porque sabe que no se casarán. Ella sí desea
casarse con un forastero, pues los hombres de ese pueblo huyen de las mujeres.
ACTO
II.
Ha pasado cierto tiempo
desde la muerte del padre. La acción se desarrolla en una habitación blanca del
interior de la casa. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las
hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo, excepto Adela, que
se encuentra en su habitación. Magdalena borda. Con ellas está La Poncia. Están
preparando su ajuar. Angustias se da cuenta de la envidia que despierta entre sus
hermanas y está muy agresiva. Hablan entre ellas del calor de la noche anterior
que les impidió dormir. Por esta razón, Poncia comenta que vio a Pepe alrededor
de las cuatro de la madrugada en la ventana de Angustias, pero esta lo niega,
pues a ella la dejó a la una y media. Este hecho levanta las primeras sospechas
sobre esta relación. A este propósito, Angustias relata la forma en la que Pepe
le pidió la mano: una ceremonia un tanto fría y formal, en contraposición al
modo apasionado con que el marido de La Poncia, Evaristo el Colorín, la
solicitó. Esta comenta que su marido fue bueno, que le dio por criar pájaros, y
que siempre lo tuvo dominado y que en alguna ocasión hasta le llegó a pegar y hasta
matar todos los pájaros que criaba. Tan animada está la conversación, que
sienten que Adela se la pierda. La llaman. Aparece con mala cara, como de no
dormir. Les pide que la dejen en paz. Poncia le pregunta de dónde procede ese
mal humor advirtiéndole que no se vea en secreto con el novio de su hermana
Angustias, pero la más pequeña de las hermanas la desafía.
La conversación continúa
entre las hermanas resaltando la labor que cada una realiza con su ajuar. A Martirio le gustan los encajes de su ropa
interior. Poncia resalta que cuando Angustias tenga niños, esos encajes los
tendrán que coser a las ropas de los bebés, pero ninguna muestra disposición
para confeccionar ropa para niños ajenos.
Mientras cosen, oyen los
campanillos de los segadores que, con todo el calor, salen hacia los campos a
recolectar el cereal. Van cantando llenos de vitalidad y las hermanas, que los
observan a escondidas, sienten, algunas, envidia de la libertad de ellos, sobre
todo Adela; y otras, temor por su carácter desafiante.
Martirio le pregunta a
Amelia si no oye por las noches barullo en el corral. La hermana responde que
duerme muy bien, pero si realmente es así, le responde que deberían dar cuenta
a su madre, pero Martirio le pide que de momento no comente nada.
En esto aparece exaltada
Angustias preguntando quién le había cogido el retrato de su prometido. Nadie
sabe nada, pero La Poncia lo descubre entre las sábanas de la cama de Martirio.
Bernarda la golpea con el bastón. La ladrona intenta disculparse diciendo que
solo lo había hurtado para gastar una broma; sin embargo, Adela le acusa de
sustraerlo por otras razones que le pide que exprese con sinceridad. Martirio
también está a punto de contar lo que sabe de la relación de ella con Pepe, mas
se contiene. Unas a otras se echan en cara lo que normalmente se callan: que
Pepe se va a casar con Angustias por su riqueza. Bernarda intenta imponer su
autoridad.
Se quedan solas Bernarda
y Poncia y la criada pide permiso para hablar. Le dice que su hija mayor
debería casarse cuanto antes para que ese hombre se aleje de casa y así evitar
que vuelvan a ocurrir problemas de este tipo. La criada aprovechará esta
conversación para insinuar lo que está ocurriendo en casa, pero Bernarda no
termina de creerla del todo porque piensa que, al ser criada, tiende a la
mentira y al malmeter. Se sorprende de que haya sido precisamente Martirio la
que ha escondido el retrato. Sin embargo, la criada le recuerda que es una
chica enamoradiza. Le pregunta las razones por las cuales no permitió su
noviazgo con Enrique Humanes al prohibirle que se acercara a casa la primera
noche que la iba a rondar. La razón es que Bernarda no podía permitir un enlace
tan desigual, pues el padre del muchacho fue gañán. La criada intenta que su
ama sea comprensiva con sus hijas, que entienda que ese matrimonio no es
natural, que lo más normal es que el novio hubiera solicitado a la propia
Martirio, o Adela. Poncia intenta que Bernarda se percate de que ésta es la que
está en verdadero peligro, pero no lo consigue. Rápidamente la señora pone en
su lugar a la criada recordándole la condición de prostituta de su madre. Con
todo, Bernarda lo intenta una última vez abrir los ojos a Bernada al comentar
que su hijo, cuando salía al campo, se ha encontrado a Pepe el Romano a las
cuatro y media de la mañana. Esto lo oye Angustias que se incorpora. La novia
lo niega, ya que a ella la deja a la una; Martirio, en ese momento también
presente, dice que ella misma los ha oído hablar en la ventana del callejón a
las cuatro. La novia dice que no puede ser, porque ellos se ven por la ventana
de su habitación. Adela, recién aparecida, también quita importancia a estos
detalles. Bernarda interrumpe la conversación asegurando que a partir de ese
momento vigilará las veinticuatro horas del día para controlar todo lo que
sucede en casa.
En esos momentos se oye
el griterío de una multitud en la calle y acuden a las ventanas a ver qué
ocurre, aunque Bernarda se enfada y las manda al patio. En escena se quedan
Martirio y Adela que se echan en cara su conducta. Martirio ha visto cómo Adela
es abrazada por Pepe y le pide que no continúe la relación, mas la pequeña le
asegura que ya no se puede controlar, que se siente arrastrada por él.
Poncia informa de lo que
pasa en la calle. Los vecinos han descubierto que la hija de la Librada, la
soltera, tuvo un hijo con alguien desconocido y para ocultar su vergüenza lo
mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros lo sacaron y lo han
depositado en su puerta. Por eso los hombres la quieren matar. Bernarda y
Martirio jalean a la multitud para que la linchen; en cambio, Adela pide
clemencia para ella.
ACTO
III
La acción transcurre en
el patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche. Bernarda y sus hijas
cenan alrededor de una mesa iluminada por un quinqué. La Poncia las sirve. Prudencia,
una amiga de la familia, lleva ya un rato haciéndoles compañía. Ella, al igual
que su marido, hacía tiempo que no acudían a ver a Bernarda. Esta le pregunta
por él y la mujer le cuenta que desde que se peleó con sus hermanos por la
herencia, no había vuelto a salir por la puerta de la calle, sino saltando las
tapias del corral. Prudencia sufre lo indecible porque además su marido no se
habla con la única hija que tienen por desobedecer ésta. A Bernarda le parece
correcta la actitud del hombre.
Mientras conversan oyen
el fuerte golpe de un caballo garañón (semental) que se mueve inquieto en el
establo porque barrunta a las potras que cubrirá a la mañana siguiente. Para
evitar males mayores, Bernarda ordena que lo suelten al corral con las patas
trabadas. Prudencia se alegra de la prosperidad económica de su amiga, dueña de
la mejor manada de caballos de los contornos.
La vecina pregunta por la
boda de Angustias y le informan que la petición mano se celebrará dentro de
tres días. En ese momento, Magdalena derrama el salero, signo de mala suerte.
Otra señal de mal augurio es que el anillo que le ha regalado el novio a
Angustias contiene tres perlas, que Prudencia relaciona con tres lágrimas, o con
llanto. Adela piensa igual: los anillos de pedida deben ser de diamantes.
Poncia pondera también el precio elevado que Bernarda ha invertido en la compra
de muebles para su hija.
Cuando Prudencia se
marcha, las hermanas van a dar un paseo por el corral y se quedan Angustias y
su madre hablando. La hija teme que su prometido la tenga engañada; lo ve muy distraído
cuando está con ella y tampoco le da explicaciones de lo que le pasa. Su madre
le recomienda que no indague e, incluso, una vez casada que nunca le pregunte y
que hable cuando él se lo diga. Tampoco debe verla llorar. No obstante,
Angustias sospecha que ese hombre le oculta secretos, por esta razón no está
contenta con la boda. Antes de irse a dormir, Angustias comunica que esa noche
no se encontrará con Pepe, porque ha ido con su madre a la capital.
La noche está oscura y
las estrellas lucen en el firmamento. Todas muestran su deseo de acostarse,
menos Adela, que ve la noche tan hermosa que le gustaría quedarse hasta muy
tarde para disfrutar. Sin embargo, su madre le manda que se acueste.
Cuando todas sus hijas se
han retirado, Bernarda disfruta del silencio. Sale Poncia y le desafía a que, en ese remanso de paz, le diga dónde ve
el peligro. La criada se escabulle recomendándole que no esté tan tranquila,
pero ella asegura que esa noche dormirá despreocupada y ordenando a la criada que
no hace falta que la llame a ninguna hora.
Cuando se aleja, La
Poncia y otra criada hablan de la situación de tensión en la casa. Su ama no
sabe lo que hay en el corazón de sus hijas y de lo que son capaces de hacer por
un hombre. La relación de Pepe con Adela no es de ahora, sino que hace un año
ya mantuvieron contacto. Poncia sabe que se ven, mas ella ya ha intentado que
Bernarda abriera los ojos y lo que pueda suceder en el futuro, ya no es de su
incumbencia. Está segura de que algo va a ocurrir; todas las hermanas están en
vilo, especialmente Martirio, que es capaz de cualquier cosa sabiendo que ese
hombre no va a ser suyo.
La criada y Poncia oyen
ladrar a los perros. Sale Adela con la excusa de que tiene sed.
Aparece en escena María
Josefa con una oveja en brazos a la que dedica un poema como si el animal fuera
su amante. Se retira un momento y entra Adela. Mira a un lado y otro con
sigilo, y desaparece por la puerta del corral. Sale Martirio por otra puerta y
queda en angustioso acecho en el centro del patio. Va en enaguas, al igual que
Adela, y se cubre con un pequeño mantón negro. Vuelve a salir María Josefa.
Martirio se sorprende de verla allí y le manda a acostarse. Antes de retirarse
la abuela le dice que ella no tendrá hijos y que todas ellas están enamoradas
de Pepe el Romano.
Cuando la abuela entra en
casa, Martirio se acercará a la puerta del corral por la que acaba de salir su
hermana para llamarla. Adela vuelve con el pelo despeinado y Martirio, muerta
de celos de su hermana pequeña, reconocerá que ella también ama a ese hombre. Adela
también le confesará que es la amante de Pepe. Adela quiere consolarla, pero la
otra no se deja: la ve como una rival. En esa tesitura, Adela, sin compasión,
le dice que ella continuará con ese hombre, aunque contraiga matrimonio con
Angustias. En eso, oyen un silbido y Adela se dirige otra vez a la puerta del
corral y su hermana intenta retenerla para que no salga. Como no puede con
ella, vocea. Aparece Bernarda. Sale en enaguas con un mantón negro. Al oír las
acusaciones de Martirio, se acercará a Adela para castigarla con su bastón. La
joven se lo quita y la madre, colérica, busca la escopeta. Todas las hermanas
están en el patio, al igual que Poncia y la criada. Ante ellas, Adela, desafiante,
les confiesa que es la amante de Pepe. Angustias pide a su madre que saque la
escopeta e intenta sujetar a Adela para que no vaya donde se encuentra Pepe. De
repente, se oye un disparo. Martirio dice que han matado a Pepe, aunque
Bernarda la corrige al afirmar que había fallado el tiro por su mala puntería.
La Poncia pregunta a Martirio por qué ha dicho que ha muerto, sin no es así. La
respuesta justificativa que ofrece Martirio es que deseaba impedir que Adela se
reuniera con su amante. En esto oyen un golpe seco en su habitación. Mientras
tanto los vecinos se han levantado. Bernarda, bajando la voz, ordena abrir la
puerta de la habitación de su hija. Poncia entra y ve ahorcada a Adela. La
madre manda a todas que dejen de llorar advirtiéndoles que antes los vecinos
presentarán esa muerte como el de una muchacha virgen, sin que se supiera que
había mantenido una relación con el novio de su hermana. La última palabra será
la primera que oímos pronunciar a Bernarda al inicio de la obra cuando llegan
del funeral en la iglesia: silencio.
Un poco de publicidad personal...
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