(La
numeración siguiente, distinguiendo las secuencias, corresponde a la edición décima,
en enero de 2004, de la novela en la editorial Destino).
7 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Mosén
Millán, sentado en un sillón de la sacristía, reza mientras llega la hora de
misa. El monaguillo entra y sale de ella. Esta daba al jardín de la abadía, de
donde llegaba el sonido de alguien barriendo. También oye relinchar a un potro,
que había pertenecido al difunto Paco el del Molino, que vagaba suelto desde su
muerte. El automatismo adquirido durante cincuenta y un año de ejercicio
sacerdotal, le permitían rezar y poner la mente al mismo tiempo en otra parte.
Esperaba impaciente la llegada de sus feligreses a la misa de réquiem
por el difunto Paco, muerto un año antes. Creía que acudirían la familia y
muchos vecinos, pues eran queridos por todo el pueblo, excepto por las tres
familias ricas del pueblo: las familias de don Valeriano, don Gumersindo y la
de don Cástulo. Pregunta a su auxiliar si ya ha llegado alguien porque está
inquieto. La respuesta del monaguillo siempre es negativa. El religioso piensa
que es pronto y que los campesinos están inmersos en la trilla y dejarán sus
tareas en el último momento.
El
monaguillo, mientras entra y sale, recita fragmentos de un romance que el
pueblo ha compuesto reconstruyendo la muerte de Paco el del Molino. Él fue
testigo de esos hechos trágicos ya que acompañó al sacerdote en el coche del
señor Cástulo a socorrer espiritualmente a los condenados a muerte.
Viéndose
lo gastados que se encontraban sus zapatos, Mosén Millán pensó que debería
mandar componerlos al nuevo zapatero. El anterior era ateo y muy amigo de Paco,
pero tenía la deferencia con él de cobrarle menos por los arreglos.
11 SECUENCIA DEL PASADO.
Recuerda
el bautizo de Paco una fría mañana de primavera. Presentaron al niño vestido
con prendas lujosas para un campesino, pero, en reflexión del padre espiritual,
la gente humilde deja las mejores galas para las ceremonias religiosas. Después
del bautizo, el cura acudió a la casa de la familia para participar en el
convite. Vio a la madre orgullosa junto a su hijo y a su padre fanfarroneando
de su paternidad. Allí también hallo a Jerónima, la partera y saludadora del
pueblo, que cuidaba a la recién parida y al niño: a una le traía un caldo de
gallina y un vaso de moscatel y al niño le cambiaba los vendajes del ombligo.
La mesa de la comida fue presidida por el padre a un lado y Mosén Millán en el
otro. De todas las viandas, el cura se reservaba para las perdices estofadas,
su plato preferido.
16 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Veintiséis
años habían pasado y aún se acordaba de las perdices.
El
monaguillo, apoyado en el quicio de la puerta, intenta acordarse todos los
versos del romance, pero la memoria le falla.
16 SECUENCIA DEL PASADO.
El
cura había aplicado la crisma en la cabeza del recién nacido. Todos miraban
atentamente la expresión placida del niño, pero con cierta inquietud por la
duda de lo que sería su vida.
17 SECUENCIA DEL PRESENTE.
El
cura reflexionaba pensando que esa nuca ahora reposaba en tierra desde hacía un
año.
Reflexionando
sobre la familia de Paco, el clérigo reconoce que aunque no fueran muy
religiosos, siempre cumplían con sus obligaciones con la iglesia, ofreciendo
dos regalos anuales, lana y trigo.
17 SECUENCIA DEL PASADO.
Entre
los asistentes al banquete en honor del recién nacido se encontraba la
Jerónima. Esta era la partera y sanadora del pueblo. Mujer de armas tomar y con
predicamento entre el vecindario, pero inocente y supersticiosa para el cura.
Acostumbraba a poner amuletos bajo la almohada de los bebés: unas tijeras
abiertas, en el caso de los niños, para protegerlos de apuñalamientos; una rosa
a las niñas, para darles belleza y para que las menstruaciones no fueran
dolorosas. Tan seguro estaba de que la curandera había dejado estos amuletos,
que cuando el dejó el escapulario debajo de la almohada encontró un clavo y una
llave formando una cruz.
Su
autoridad en estas materias fue puesta en entredicho delante de todos los
invitados cuando llegó el médico, recién incorporado en el pueblo, y le ordenó
a la vieja que no volviera a realizar ninguna cura al niño. Se enfadó mucho la
hechicera e intentó sublevar a los hombres criticando al facultativo por entrar
en las habitaciones de las mujeres sin llamar y sorprenderlas en paños menores.
Nadie le hizo caso y el cura se alegró de la reprimenda que le echaron.
Aprovechó la ocasión para adoctrinar a los asistentes recordándoles que se
alejaran de las supersticiones. Alabó el porvenir del niño haciéndose la
ilusión de que podía llegar a ser una eminencia eclesial. El padre lo que
esperaba es que supiera administrar y labrar la hacienda.
21 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Después
de todos los sucesos violentos por los que había pasado el pueblo, la Jerónima
aún vivía, pero era muy vieja y nadie le prestaba atención.
El
monaguillo vigila para comprobar si llega alguien. El cura no entiende las
razones por las que el templo está vacío: todos querían al difunto, excepto los
ricos del pueblo.
22 SECUENCIA DEL PASADO.
El
cura observaba cómo el niño iba creciendo. A los siete años, comenzó a jugar
con otros niños y a ir a la escuela. El muchacho, a veces, cuando salía de
clase, pasaba a ver al cura sin que nadie se lo mandara. Este detalle
enternecía al religioso que, agradecido, le regalaba estampas religiosas. Para
el zapatero, que veía estas visitas, era algo insólito. Decía de los curas con
mucho retintín que eran personas listísimas, pues eran capaces de vivir sin
trabajar.
Con
respecto a los sacerdotes, algo que dejó anonadado al muchacho fue descubrir
que Mosén, debajo de la sotana, llevaba pantalones.
Otro
detalle que le dejó dolorido es la conducta de los animales. Un perro de su
propiedad hizo huir a un gato al campo. Paco pidió a su padre que le fuera a
buscar y la respuesta le dejó perplejo, pues su progenitor consideraba que
probablemente ya lo habrían matado los búhos, animales que no pueden consentir
la presencia de competidores en la caza por la noche.
A
los siete años es una monaguillo auxiliar o suplente. Entre los chicos
circulaba de mano en mano un viejo revolver. Cuando Paco se hizo con él no lo
volvió a soltar; lo llevaba sujeto en el cinto. Ayudando en misa, se le cayó el
arma y hubo una trifulca entre los dos monaguillos por hacerse con él. Lo
volvió a coger Paco. El cura, una vez concluida la misa, le pidió que se lo
entregara, pero no fue capaz de convencerlo. El niño no quería soltarlo para
que ningún otro compañero peor que él la utilizara.
El
siguiente paso por los sacramentos fue el de la confirmación. El obispo se
presentó en el pueblo con su ceremonial
atrezo que, junto a la altura del prelado, causaron en el niño una fuerte
impresión, pensando que Dios había de parecerse a la figura de ese obispo. La
conversación de Pepe con él dejó bien claro a los dos religiosos cuál era el
porvenir que anhelaba el chico: ser un buen labrador.
El
mozalbete seguía creciendo y cometía algunas trastadas que los vecinos
ocultaban a los padres para evitarles disgustos. El secreto más importante es
el que sabía el cura relativo al revolver que Paco debía tener oculto en algún
lugar.
El
muchacho se convirtió en monaguillo auxiliar. Solo ayudaba al cura a misa
cuando eran precisos dos o en ocasiones especiales, como en Semana Santa. Esta
era para Paco una experiencia misteriosa. El templo se transformaba: se tapaban
todos los alteres con grandes cortinas, se erigía el monumento donde se
trasladaba el sagrario, sonaban las matracas en vez de las campanas, el ruido
que producían “al matar judíos” en la
misa de resurrección, …
También
por esa época comenzó la instrucción para recibir la primera comunión. El
sacerdote les aleccionaba religiosamente y les conminaba a huir de ocasiones
donde se pudieran cometer pecados, como la de no acercarse a los lavaderos para
no oír las conversaciones de las mujeres, admonición que lograba despertar la
curiosidad por saber lo que decían.
Una
experiencia vital en su infancia es el conocimiento de la existencia de
personas que vivían en condiciones pésimas en unas cuevas. Ocurrió cuando
acompañó a Mosén Millán a dar la extremaunción a un moribundo que habitaba en
una de ellas junto a su mujer. Viendo las pésimas condiciones en las que vivían,
inquirió al sacerdote por las razones por las que no se les socorría. El
muchacho se quedó perplejo observando la impasibilidad de Mosén Millán y de
cómo aceptaba aquella situación de miseria justificándola porque, según él,
Dios la permitía.
Paco
refirió a su padre a la hora de cenar la visita a la cueva junto al cura. El
muchacho seguía escandalizado y su padre no fue capaz de sosegarle. Incluso, le
impacientó aún más porque le dijo que la
culpa de esa penuria e injusticia tampoco era consecuencia del encarcelamiento
del hijo de esa pareja de ancianos, pues consideraba que estaba preso
injustamente. A consecuencia de esta experiencia, el padre le prohibió que
continuara de monaguillo.
40 SECUENCIA DEL PRESENTE.
El
cura reflexiona creyendo que el comportamiento futuro de Paco estuvo
influenciado por su labor de monaguillo, cuando lo acompañó a dar la
extremaunción a ese pobre hombre que agonizaba en la zona de las cuevas.
41 SECUENCIA DEL PASADO.
Después
de la primera comunión de Paco, el muchacho dio un estirón que le hizo pasar de
niño a mozo. El sobrenombre de El Molino, le venía porque un antepasado suyo
tuvo uno, aunque esa profesión ya no se ejercía en la familia. El edificio en
ese momento era un almacén de grano. A medida que crecía, el muchacho se fue
alejando del sacerdote, aunque acudía a los oficios religiosos obligatorios, y
adoptando costumbres de mozos, como jugar a los bolos los domingos por la
tarde. También, como otros, acudía a las pozas donde las mujeres lavaban la
ropa y se bañaban desnudos delante de ellas, conducta que no podía tolerar el
sacerdote. Después de la exhibición, los padres le autorizaron a salir por las
noches y a volver a casa cuando ellos ya estaban acostados.
Además,
comenzó a asumir alguna responsabilidad en el gobierno de la hacienda familiar.
Uno de los temas que le preocupó es el pago a un desconocido duque para que los
animales pudieran pastar en un monte de su propiedad. Le pareció injusto y se
lo planteó al cura por ser éste amigo de don Valeriano, el administrador del
propietario. El eclesiástico justificó el orden de las cosas y le aconsejó que
no se preocupara por cosas que no le importaban. Por otra parte, el mozo le
volvió a sacar el tema de las condiciones pésimas en las que vivían muchas
personas en el pueblo, asunto en el no quiso a entrar Mosén Millán.
45 SECUENCIA DEL PRESENTE.
El
monaguillo anuncia al cura que don Valeriano acababa de entrar en la iglesia.
Llevaba un chaleco que lo cruzaba una cadena de oro de la que colgaban
distintos dijes. Vestía como los señores de la ciudad. Tenía un bigote que le
tapaba las comisuras de los labios. Tomando unas palabras del último sermón del
sacerdote, en el que pedía olvidar, se presenta allí con el ánimo de perdonar.
Para ello, él mismo se ofrece a abonar el importe de la misa en honor de Paco,
pero no se lo acepta el párroco. Don Valeriano era administrador de la hacienda
del duque y dueño de sus propias tierras.
47 SECUENCIA DEL PASADO.
El
cura recuerda la boda de Paco. El noviazgo fue una etapa tranquila en la que se
forjó la solidez del matrimonio. Solo hubo una preocupación: la posibilidad de
que el mozo tuviera que cumplir el servicio militar. La madre habló con el cura
para que este rezara para que tuviera suerte y se librara. Mosén Millán le
sugirió a la madre que su hijo saliera en la procesión de Semana Santa como
penitente arrastrando dos largas cadenas de seis metros de largo. El hijo se
negó. Paco no podía soportar el suplicio al que voluntariamente se sometían los
penitentes para pedir perdón por una culpa o para pedir un favor. Todos ellos
acababan con unos dolores inhumanos y soportando a su paso los murmullos de la
gente que aireaba sus culpas. Pero el padre lo hizo por él. El cura se lo
reprochó a Paco y, además le recriminó que su padre lo había hecho para no
tener que contratar un mayoral que llevara las tareas del campo durante su
ausencia. Al final, la suerte acompañó al mozo y se libró de ir a la mili.
El
noviazgo duró dos años. Todas las mañanas, cuando salía al campo, el novio
pasaba por la casa de la prometida, llamada Águeda, y siempre vio, aunque fuera
temprano, las ropas oreándose en la ventana y barrida la puerta de casa. Poco a
poco fueron intercambiando algunos mensajes triviales y en el baile solo
hablaba con Paco.
En
una noche de ronda en la que se sospecha que se iban a juntar tres grupos de
mozos, el alcalde prohibió salir, pero Paco y sus amigos no obedecieron. Se
encontraron con la pareja de la guardia civil y el atrevido mozo, en parte, por
un descuido de los guardias y, en parte, porque los agentes no esperaban una
reacción de él por ser todos amigos, les arrebató los fusiles y se fue con
ellos a casa. Mosén Millán le recriminó el acto por lo grave que podía resultar
para el pueblo, pues se podría quedar,
como castigo, sin la presencia de los agentes de seguridad, lo cual para
el campesino no era un problema. El alcalde arregló el asunto sin consecuencias
para nadie. Este comportamiento dio fama al mozo de valiente, pero a su novia
le producía tremenda inseguridad.
Novia
y madre no congeniaban bien por tener distinto carácter. Con todo, la boda se
celebró por todo lo alto. En el sermón, hubo algunas palabras de Mosén Millán
que no gustaron al novio, como que él había bendecido su lecho natal, ahora el
nupcial y, en el futuro, si así Dios lo quería, el lecho mortal. Esto último no
le gustó al recién casado. A la salida de la iglesia, le recibió una rondalla
formada por quince músicos y un repique de campanas. La comitiva se dirigió a
la casa del novio. El cura se desvistió rápidamente para unirse a ellos. De
camino, se encontró con el zapatero, que no había acudido a misa por ser ateo.
Era al único del pueblo al que Mosén Millán le trataba de usted. Antes de
separarse, el remendón le comunicó al sacerdote que la continuidad del rey en
Madrid no estaba asegurada. El presbítero no le creyó por pensar que lo había
dicho bajo los efectos del alcohol.
Entre
los invitados se encontraba el señor Cástulo. Regaló a los novios dos floreros
envueltos en papel de periódico. Los rumores sobre la salida del rey fueron
confirmados por él, por lo cual el sacerdote ya no podía dudar. Además, se
aseguraba que se iban a celebrar elecciones. Ante ese nuevo panorama, el señor
Cástulo maniobraba para aproximarse a las personas que probablemente en poco
tiempo ejercerían la autoridad. La mejor manera de mostrar ese acercamiento se
produjo cuando se ofreció llevar en su coche a los novios a la estación, pues
el automóvil que cubría la línea de correo no tenía sitio para los dos recién
casados.
El
banquete lo presidieron los novios, los padres, Mosén Millán, don Cástulo y los
labradores más ricos; al final, se situaron los mozos de la rondalla. Mosén
comenzó a contar anécdotas de cuando el novio era niño para ensalzarlo.
La
Jerónima y el zapatero abandonaron pronto el convite para compartir con las
hilanderas del carasol unas botellas de vino. El zapatero estaba más
dicharachero que de costumbre y, a parte de meterse con la Jerónima, estaba
contento por la noticia de la salida del rey.
63 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Estando
con don Valeriano, el nuevo alcalde, con el que el cura se entendía mal, oyó llegar a don Gumersindo
por el ruido de las botas. Vestía de negro. Se quejaba de la ingratitud de la
gente que no le reconocía su bondad. También se ofrece a correr con los gastos
del oficio religioso, negándose Mosén Millán a recibir nada. Para llenar el
tiempo de espera, Don Valeriano habló del precio de la lana y el cuero.
66 SECUENCIA DEL PASADO.
Siete
años habían pasado desde que Paco se casara. El sacerdote rememora algunas
anécdotas de la celebración nupcial. El propio señor Cástulo los llevó a la
estación en su coche, mientras los invitados jóvenes se fueron hacia el baile.
67 SECUENCIA DEL PRESENTE.
La
mente de Mosén Millán se regodea en el pasado para no oír la conversación de
sordos del señor Valeriano y don Gumersindo.
67 SECUENCIA DEL PASADO.
Cuando
regresó del viaje de novios, tres semanas después, Paco se encontró al pueblo
preparado para participar en las elecciones municipales. Salió un grupo de
concejales cuyo máximo interés era quitar los derechos que el duque ejercía en
los pastos. El padre de Paco era uno de esos cargos. Su hijo se sintió
orgulloso de que la política sirviera para mejorar la vida de las personas.
Esta elección dejó perplejo a muchos. A Mosén Millán, por ejemplo, que
repasando la lista de cargos se percató de que ninguno era de costumbres
religiosas. El cura mandó llamar a Paco para entre otras cosas averiguar qué
era eso de que intentaban no pagar al noble el arriendo de los pastos. El joven
informó de todas las novedades políticas: la huida del rey de España, la
pérdida de influencia de los nobles… El populacho exageró todo esto y
atribuyeron al joven comentarios que no efectuó.
La
huida del rey fue una noticia que afectó muchísimo a don Valeriano y al
sacerdote, que procuró no salir por el pueblo durante quince días. Los vecinos
se mostraban expectantes a la reacción de su párroco, pero éste no mostró su
parecer en el sermón de la misa dominical, por lo cual la gente no acudió a
misa al domingo siguiente.
La
bandera republicana comenzó a ondear en la fachada del ayuntamiento y en la
puerta de las escuelas. Don Gumersindo y don Valeriano desaparecieron del
pueblo; don Cástulo buscaba la compañía de Paco el del Molino para granjearse
su amistad y protección, pero, cuando se encontraba con el cura, se lamentada
de la evolución de los acontecimientos.
En
esos días se hubo de repetir las elecciones municipales porque don Valeriano
presentó una reclamación por irregularidades. En las segundas elecciones se
presentó Paco en vez de su padre y salió elegido concejal.
Por
una orden gubernamental emanada desde Madrid se abolieron los bienes de señorío,
por lo cual cinco pueblos, con Paco a la cabeza, decidieron no pagar el arriendo
de los pastos al duque hasta que no se dirimiera el pleito en los juzgados,
pues el noble había recurrido a ellos por considerar que esas parcelas no eran
asimilables a las suprimidas en el decreto.
Paco
se entrevistó con el administrador, don Valeriano, para comunicarle la decisión,
mas éste no quiso darse por enterado y le pidió que se lo comunicara por
escrito. Cuando el ayuntamiento remitió por escrito la decisión, la reacción
del duque fue la de pregonar, para que todos los vecinos lo supieran, la orden
dada a los guardias de que dispararan contra cualquier intruso que hollara su
propiedad. Paco propuso al ayuntamiento contratar a esos hombres como agentes
para el control del riego y ellos aceptaron, por lo cual los montes en litigio
se quedaron sin vigilancia y el ganado pudo entrar con libertad. Ante esta
situación, don Valeriano se entrevistó otra vez con Paco. En esta ocasión el
tono fue conciliador; intentó hacer ver al campesino el aspecto humano de sus
amos, pero Paco no se dejó influir con sus ternezas y continuó firme en la
defensa de la legalidad de su actuación y dudando de que el dueño acreditara la
propiedad de esos montes con algún título.
Otra
preocupación constante en los plenos de la corporación municipal era la forma
de ayudar a las familias necesitadas que habitan en las cuevas.
76 SECUENCIA DEL PRESENTE
El
monaguillo, apoyado en el quicio de la puerta, sigue con la narración del
romance. En la versión romancesca no se dice el nombre de los otros dos
ejecutados junto a Paco.
77 SECUENCIA DEL PASADO.
Mosén
Millán recuerda las dudas de fe de don Valeriano por permitir Dios todos los
desórdenes que estaban ocurriendo. Don Valeriano y el duque habían contribuido
al mantenimiento del templo y el sacerdote estaba muy agradecido por ello.
El
ayuntamiento fue el encargado de la recaudación del dinero que los ganaderos
pagaban por los pastos; este capital fue destinado a socorrer a los vecinos más
necesitados. Por todas estas razones, Paco fue acrecentando su prestigio por
ser un hombre decidido, cabal y solidario.
Otro
roce, en este caso con el cura, fue la decisión de no pagar la misa que se
decía en una ermita que se encontraba en la finca del duque, a la que se acudía
anualmente en romería. Paco le explicó que era una cuestión derivada del
conflicto con el noble y que había que ser comprensivo. Aprovechó Mosén Millán
para recriminarle las amenazas que había vertido contra el propietario al que
había prometido matar si aparecía en persona por allí. El joven se defendió
diciendo que él nunca había proferido esas amenazas; en realidad, se las había
inventado don Valeriano.
Un
vecino que se mostraba nervioso también era el zapatero. Sin expresar
claramente por qué estaba tan desosegado, comentaba que no le gusta el cariz de
los acontecimientos. Le ofrecieron el cargo de juez de riegos, pero no quiso
asumir ninguna responsabilidad pública.
Don
Gumersindo había abandonado el pueblo para huir de sus conflictos. El religioso
se sentía solo. Intentaba comprender a Paco, pero no podía. El joven le daba
ánimos y le aseguraba que nadie se metería con él.
Sin
que nadie les esperara, un día aparecieron de nuevo en el pueblo don Gumersindo
y don Valeriano. Se reunían con el cura y se les veía muy confiados. Don
Cástulo se aproximaba a ellos, pero no lo integraban en el círculo porque
desconfiaban de él. A los pocos días se presentó un grupo de señoritos muy
rasurados que comenzaron a agredir a los vecinos: al zapatero le dieron una
paliza y mataron a seis campesinos que vivían en las cuevas, dejando sus
cadáveres insepultos en las cunetas. El cura se quejó a don Valeriano, nombrado
alcalde por estos forasteros, de que los hubieran matado sin haberlos confesado
previamente. El clérigo durante esos días estuvo constantemente orando.
Durante
todo este alboroto, Paco desapareció porque los violentos le buscaban. Al
zapatero, después de la paliza, le volaron la cabeza de un tiro y dejaron su
cuerpo en el camino al carasol. La Jerónima lloró por él y tapó su cuerpo con
una sábana y, hecho esto, se recluyó en su casa para no salir de ella durante
tres días. Los crímenes continuaron. Ejecutaban a las personas por la noche,
sin testigos. Entre los asesinados estaban cuatro concejales. Los hombres
continuaban con las faenas del campo. En ese momento estaban segando. Las
mujeres seguían acudiendo al carasol criticando a las mujeres de los ricos;
especialmente, se metían con la esposa de don Cástulo, a la que responsabilizan
de la muerte del zapatero. Entre las mujeres se comentaba que la intención de
los señoritos era acabar con todos aquellos que habían votado contra el rey.
85 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Recordando
esos días de revuelta, el cura aún se inquietaba.
85 SECUENCIA DEL PASADO.
Fueron
días de una violencia tremenda que nadie controlaba. Don Valeriano, el nuevo
alcalde, se lamentaba del clima de inseguridad delante de Mosén Millán; por
otro lado, animaba a los forasteros a que continuaran con la limpieza de la
gente indeseable.
Con
el padre de Paco no se metieron porque lo protegía don Cástulo y porque
esperaban encontrar a su hijo. Solo el padre sabía dónde se refugiaba. El cura
visitó a la familia del prófugo y dio a entender que él también sabía el
escondrijo en el que se ocultaba. Sin hablar, el padre le agradeció la
complicidad y en ese clima, terminó por decirle al clérigo el sitio donde se
encontraba. El cura se arrepintió inmediatamente de poseer esa información.
Paco se hallaba escondido en un paraje denominado las Pardinas. El cura quiso
ponerse a prueba para comprobar si era capaza de guardar el secreto. Buscó la
compañía de los forasteros para demostrarse a sí mismo de que era capaz de no
abrir la boca.
El
pueblo estaba en un estado de incredulidad. Por una parte, veían ridículos los
discursos que les hacían oír en la plaza, los aires marciales de sus
movimientos… pero, por otra, viendo cómo el alcalde y el cura presidían esas
reuniones, no sabían qué pensar. Lo único concreto que pudieron percibir,
aparte del asesinato de sus vecinos, fue que inmediatamente restituyeron la
propiedad del monte al duque.
Pasaban
los días y a Paco no lo cogían. Don Valeriano se presentó en el despacho del
cura para hablar del asunto. Comentaba que otros muchos por menos
de lo que había hecho él, ya estaban muertos. El cura intentaba persuadirlo de
que lo dejara en paz, pero, al mismo tiempo, quería impresionar al alcalde
dejando entrever que sabía dónde se encontraba. En ese momento se sumó a la
reunión el centurión, que escuchó la última parte de la conversación. Aprovechó
este para presionar al religioso que, acorralado, agachó la cabeza confirmando
que sabía el paradero. Intentó negociar con ellos para que Paco tuviera un
juicio justo y no lo mataran. Sin embargo, cuando reveló el lugar donde se
encontraba, todos salieron en tropel a capturarlo.
A
la media hora llegó al despacho del párroco don Cástulo informando
socarronamente de que habían ametrallado a las mujeres del carasol. No podía
entender su actitud hiriente y burlona, pero, comparando lo que él había hecho,
se percató de que su traición era aún más reprobable.
Al
día siguiente, el centurión pidió al cura que mediará ante Paco, ya que cuando
lo fueron a capturar los recibió a tiros con una de las carabinas incautadas a
los guardas del monte del duque y había herido a dos de sus hombres.
92 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Entró
en la sacristía el señor Cástulo. Mosén Millán recuerda cómo se rio del fusilamiento
de las mujeres en el carasol hace un año. El monaguillo ha dado el último toque
de campanas antes de comenzar la misa.
Don Cástulo también se ofrece a pagar la ceremonia. El cura aparenta
rezar para no mantener conversación con ellos.
El
monaguillo, que sigue recitando el romance, entra en la sacristía alarmado
diciendo que hay un animal en la iglesia. Los tres hombres reconocen al potro
de Paco el del Molino, que anda suelto por el pueblo desde hacía un tiempo a
consecuencia de las desgracias que se habían apoderado de su familia: el padre,
enfermo, y las mujeres de la casa, todas locas, por lo cual, su hacienda estaba
descuidada y abandonada.
El
cura pregunta al monaguillo si había dejado la puerta abierta del atrio, pero
los tres únicos feligreses que han acudido, aseguran que estaba cerrada, por lo
cual deducen que alguien había metido al animal intencionadamente. Entre todos
intentan acorralar al caballo para guiarlo a la salida. Solo lo logran cuando
abren las puertas de par en par. Cuando sale, los tres ricachones se sientan en
el primer banco. El monaguillo comunica que el animal ha salido y que no hay
otras personas que las que ya han llegado.
97 SECUENCIA DEL PASADO.
El
cura acompañó a los forasteros hasta las Pardinas, el paraje en el que se
escondía Paco. Le dejaron solo para que parlamentara con el fugitivo. Paco les
apunta con su carabina. El sacerdote le pide que se entregue, pero el otro
prefiere antes morir. Le pregunta al sacerdote cómo se encuentra su familia y
éste le asegura que bien, pero le hace plantearse que, si sigue con esa actitud,
a lo mejor pueden tener problemas. Paco sele de su refugio y, ante la presencia
del religioso, quiere saber si había matado a alguno en el asalto del día
anterior. Se tranquiliza cuando sabe que no había herido a nadie.
Aunque
aún le queda suficiente munición, el fugitivo se deja convencer de que es mejor
que se entregue. Mosén Millán había pedido que le juzgaran y que si era
culpable de algo, que fuera a la cárcel. En todo caso, le recuerda que su familia
no tiene la culpa y está sufriendo. Al final, se rinde y lo llevan al pueblo
maltratándole durante todo el camino. Iba cojeando y atadas las manos a la
espalda. Lo encerraron en la cárcel del municipio.
Los
forasteros reunieron a los vecinos en la plaza profiriendo proclamas sobre el
destino de la nación y les hicieron cantar el Cara al sol. Cuando se retiraron a sus casas, sacaron a Paco y a
otros dos prisioneros y los llevaron al cementerio, donde llegaron a media
noche. Los situaron junto a las tapias para fusilarlos, pero el centurión se
acordó a última hora de que no se habían confesado y mandaron llamar al
sacerdote. Este fue conducido allí en el coche del señor Cástulo (que lo había
cedido a las nuevas autoridades).
Cuando
se percató del motivo por el cual había sido requerido, sintió desaliento. Sin
bajarse del automóvil, que hacía de confesionario, absolvió a uno de los
condenados que había trabajado de jornalero para Paco. Este fue el último en
presentarse ante el cura al que le reprocha que le haya engañado. El cura
intenta que olvide y que se centre en su alma. Paco, sin embargo, insiste en su
inocencia y, en todo caso, si le acusan de haberse defendido en las Pardinas,
que no castiguen a los otros dos que no estuvieron allí con él. El reo,
agarrado a la sotana, se pregunta qué será de su mujer que está esperando un hijo.
En una disputa frenética, el cura es capaz de buscar el arrepentimiento de los
pecados del penado, momento en que le absuelve y termina la confesión
arrastrándolo hasta el paredón para ser fusilado inmediatamente. Paco, herido,
aún tiene fuerzas para dirigirse hacia el coche e imprecar al cura, que, con
los ojos cerrados, tan solo es capaz de rezar. Paco es alejado del automóvil
para ser rematado. En ese momento, el cura desciende del coche para, con la
ayuda del monaguillo, dar la extremaunción a los tres fusilados. Las
pertenencias de Paco, un reloj y un pañuelo, son entregadas al religioso.
Después
de estos sucesos, Mosén Millán se recluyó en la abadía sin salir de ella no
siendo para decir misa.
105 SECUENCIA DEL PRESENTE.
Tan
presente está esa experiencia en su mente, que aún cree tener manchada la
sotana.
El
monaguillo acaba el recitado del romance. El cura se acuerda de las
pertenencias de Paco, custodiadas por él en un armario de la sacristía por no
atreverse a entregarlas a la viuda.
Comenzada
la misa, el único consuelo del cura es pensar que Paco nació, vivió y murió en
el seno de la iglesia.
Un poco de publicidad personal...
Comentarios