El sueño.


De repente sonó el despertador, todo parecía normal pero había un extraño silencio que me estremecía. Rápidamente salté de la cama y me dirigí hacia la cocina; no me dio tiempo ni a ponerme las bonitas zapatillas rosas que me había regalado mi madre por mi cumpleaños. Cuando mis pies tocaron el frío suelo, un escalofrío recorrió mi cuerpo: mamá no estaba. Corrí de nuevo a mi cuarto, cogí el móvil de encima de la mesita y rápidamente marqué su número.
Nadie contestaba al otro lado. “¡Qué extraño!”, pensé y me dirigí hacia la ventana. Mamá siempre sacaba a Toby a esas horas. ¡Cuál fue mi sorpresa! No había nadie en la calle, ni coches, ni peatones que se dirigieran hacia el parque a pasear con sus perros o a correr alrededor de los grandes árboles.

Me vestí rápidamente, aun no podía creérmelo: ¡No había nadie! Salí a la calle, dispuesta a encontrar a alguien. Corrí hacia la parada de autobús; normalmente Carla y Laura me esperaban para ir juntas al colegio, pero no estaban. No podía creerlo. ¿Qué estaba pasando? ¡No podía ser una broma! ¿De verdad estaba sola en el mundo? ¿Dónde estaban todos los demás? ¿Volvería a ver a mi familia? Todas estas preguntas inundaban mi cabeza y no podía pensar con claridad. Decidí ir a aquel lugar al que siempre iba cuando me sentía perdida.

Sentada en aquel banco comprobé lo mucho que quería a mi familia y ellos no estaban. Todas esas riñas con mi hermano, los gritos de mamá por no hacer la cama, todo eso no lo tendría nunca más.

De pronto, un fuerte sonido me hizo salir del estado en el que me encontraba y comprobé que todo había sido un sueño. Salté de la cama y el pequeño Toby estaba a mis pies. Corrimos hacia la cocina y allí estaba mi madre preparando el desayuno: me abracé a ella y le dije cuánto la quería.
Eneyda


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